Venezuela ha sido gobernada de miles y de viles formas y maneras, pero nunca con la falta de virtud y deshonestidad que estamos sufriendo en estos últimos tiempos. Puede hablarse de cruentas dictaduras, de golpes de Estado, cárceles y torturas, de poderes judiciales sumisos y de policías sádicos, pero jamás se había llegado a la etapa superior de la ignorancia, la torpeza y la ineptitud que padecemos hoy.

Si se revisa la lista de los presidentes que nos gobernaron en el siglo XX podemos observar que, si bien tuvimos dictadores ignorantes, también es cierto que supieron ser más o menos aplicados en las tareas de gobernar. No hablemos del ilustrado Guzmán Blanco que es del siglo XIX, pero sí nos podemos referir al general Juan Vicente Gómez, dictador por excelencia pero que cambió la ruralidad política venezolana porque supo guillotinar a los caudillos y rodearse de colaboradores de sólida formación intelectual de la cual él carecía.

Llegó el general López Contreras, inteligente y astuto hombre de armas, algo difícil de encontrar en la milicia. Y qué se puede decir del general Medina Angarita, demócrata y militar, querido hasta por sus adversarios pero que le faltó audacia para los cambios políticos que exigía en ese momento Venezuela. Luego los líderes del golpe de 1945, civiles y militares que pugnaban por empoderar a las clases medias de todos los rincones del país: Rómulo Betancourt, Luis Beltrán Prieto, el poeta Andrés Eloy Blanco. Después le tocó el turno a Rómulo Gallegos, escritor insigne y hombre de paz y justicia.            

Pero la ambición de los jóvenes militares los llevó a derribar a un gobierno que era transitorio y abría caminos inéditos para la democracia. Llegó una junta militar integrada por un coronel joven que había estudiado en Francia, Delgado Chalbaud y otro que se había formado en la prestigiosa escuela de Chorrillos, en Perú. Nacionalistas y desarrollistas a la vez, el primero fue asesinado y el otro a pesar de su serie de exitosas obras públicas fue hundido por la represión de su policía política. Muertes, torturas, cárceles y exilios marcaron el fin de su mandato.

Volvió Rómulo Betancourt, después Raúl Leoni y Caldera, a quienes nadie puede calificar, con todos sus defectos, de lerdos o ineptos. Tampoco a Carlos Andrés Pérez, Luis Herrera Campins, Ramón J. Velásquez, todo un lujo para un país.

Pero ¿qué tenemos ahora? ¿Cuáles son los próceres que rodean al desvencijado Nicolás? ¿Hay alguien en su gabinete con el cual nos provoque discutir o mantener un debate sobre el futuro de Venezuela? Con Nicolás es tiempo perdido porque anda sumido en sus cavilaciones sobre la multiplicación de los penes y los peces. Si logra hilvanar una frase cercana a la coherencia de un mandatario respetable sería un milagro.

Esa sequía de inteligencia, esa brutalidad que lo lleva a creer que la fuerza y la violencia los mantendrá en el poder es un anzuelo sin carnada. La rebelión se extiende por los pequeños pueblos y eso indica que a Maduro le ha llegado su hora de respetar a la oposición y a sus propios chavistas, defraudados por un gobierno de narcos y corruptos.

     


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