La persecución de Freddy Guevara es, en primera instancia, un plan para liquidar la separación de los poderes públicos que funciona a duras penas. La existencia de la Asamblea Nacional, pese a las restricciones que le han impuesto, es la única traba digna de atención para el afán hegemónico de la dictadura.

Cuando se va contra la inmunidad del primer vicepresidente de una institución nacida de la soberanía popular y apoyada por grandes mayorías de la sociedad, se busca la extirpación de la piedra que entorpece la dominación redonda que anhela el autocrático. Sin la voz de los diputados de la oposición que dominan el Parlamento legítimo, el silencio que sobrevendrá hará que los escollos de una colectividad humillada por el mal gobierno sean manejables con facilidad.

Todo sería entonces chavismo-madurismo, todo se vestiría de rojo-rojito, todo sería monocorde y homogéneo, apenas estorbado por reacciones esporádicas de un conglomerado cuyos líderes son condenados a un arrinconamiento forzado y probablemente definitivo a mediano plazo. Estamos frente a un propósito evidente, tal vez ante el primer capítulo de una escalada cuyo fin es la clausura del único factor todavía presente e influyente que impide el imperio redondo de la dictadura.

Debemos pensar, desgraciadamente, en qué vendrá después la profundización del ataque, hasta que no quede sino el recuerdo de los habitantes del Capitolio que son la encarnación de la resistencia popular. Es evidente que se trata de un plan macabro que se dirige al más importante de los adversarios del régimen, pero también ante un peligro de mayor envergadura que consiste en la eliminación total de la actividad política.

¿Por qué se ha llevado a cabo la persecución de Freddy Guevara? ¿Cuáles son los motivos para la campaña de descrédito que se ha enfocado en él? Lo persiguen porque hace política. Las declaraciones que ofrece y los actos públicos que ha promovido son considerados por la dictadura como conductas ilegales y malvadas. Van por su cabeza porque piensa distinto y porque se atreve a expresar sus ideas. Lo quieren en una celda porque no piensa como los chavistas, porque se atrevió a marcar pública distancia con los actos del régimen y porque busca compañía en amplios sectores de la sociedad.

Su persecución implica un ataque contra la institución en la cual ejerce funciones directivas, aunque lo que se pretende en última instancia es la prohibición del trabajo que realizan los políticos cuando existe una democracia como la que se ha perdido en la actualidad. 

La política no debe existir, si se entiende como juego libre de opiniones y como la posibilidad de provocar acciones concretas contra la hegemonía reinante. La dictadura no quiere políticos, sino acólitos. No quiere disidencia, sino obediencia. No quiere ciudadanos, sino mansas ovejas.

La persecución de Guevara no es solo un grosero ataque contra la Asamblea Nacional, sino también un plan oscuro cuya meta es la extirpación de lo que para el madurismo es lo más parecido a un cáncer terminal: la política que hizo del país lo que fue antes del advenimiento del comandante eterno.


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