La verdad sea dicha, Venezuela ha perdido a un gran comediante al reelegir a Nicolás Maduro como presidente. Como se pudo comprobar en el montaje estrenado el viernes en la Casa Amarilla, el talento escénico del hijo más ilustre de Chávez se pierde de vista ante los enormes retos que le impone nuestra tragicomedia histórica. No queda más remedio que quitarse el sombrero ante la audacia de sus propuestas en las que el público y los actores se mezclan y se van difuminando a medida en que la mentira crece y la verdad se entierra.

Ver el montaje en la Casa Amarilla, que nuestro recién electo montó sin temor alguno de caer en el cinismo más extremo, no es más que una muestra imperecedera de su vanguardismo teatral y político. Congregar a los sufridos familiares de los presos políticos para que asistieran a un acto durante el cual (y sin su consentimiento) se les incorporara al elenco de una obra que en sí misma no era más que una farsa orientada a burlarse de sus tragedias personales, de sus largos días y noches de sufrimientos, de los atropellos que los carceleros han cometido contra ellos, de las ausencias de la ley y de la mala fe de fiscales y jueces que evitan cumplir con su deber.

Hablar de liberación de presos políticos en la Casa Amarilla, sede que fue de la Cancillería y no sabemos si lo sigue siendo hoy, es de hecho convertir este asunto interno en algo exterior, para la opinión pública internacional más que nada, porque si a ver vamos el único preso (rehén sería más correcto decir) ya fue entregado en lo que puede ser considerado un mini ensayo general exclusivo para la Casa Blanca y el señor Donald Trump. El joven mormón, devenido en terrorista de Biblia en mano, está libre y tranquilo en su casa en Estados Unidos.

Aquí, en esta Venezuela socialista y reelecta, la justicia es un tanto más injusta por no decir imperfecta. A quienes se les obsequia la libertad (ojo, no se les concede plenamente) están sometidos a los vaivenes del buen o mal humor (preferiblemente esto último) que tenga en esos momentos el amo de la ley. “A este gobernador no lo dejes hablar con la prensa, le das la casa por cárcel, a este bichito opositor cero visita familiar, a este estudiante agitador no le aceptes la boleta de excarcelación, a estos periodistas se les prohíbe la salida del país para siempre aunque tengan derecho a una excepción, a este menor de edad escóndelo en la última celda hasta que cumpla 18 años”. Y así sigue el baile cruel de los presos.

Sin embargo, a pesar de los muchos ensayos previos, el estreno de la obra resultó aparatoso cuando apareció el ex alcalde de San Cristóbal Daniel Ceballos, uno de los rehenes símbolos de la resistencia opositora y, por si fuera poco, también el general Ángel Vivas, que hoy por hoy nos hace recordar aquellas FAN que supieron restaurar la democracia en 1958. “¡Muera la tiranía, viva la libertad!”, gritó el oficial retirado para sorpresa de los periodistas y de los organizadores oficialistas de la obra de teatro de la liberación de los presos.

Ayer se anunciaron más liberaciones de presos políticos, pero según Jorgito Rodríguez y lo repitió hasta el cansancio, en Venezuela “no hay presos políticos”. Santa palabra.


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