Decimos pereza, porque salta a la vista, pero también podemos decir negligencia, o complicidad con los intereses de la dictadura madurista. Estamos ante la cercanía de un proceso electoral, y todavía las señoras de la oficina correspondiente se demoran en la decisión sobre materias fundamentales para garantizar los derechos de los electores y de los candidatos que se presentan en la contienda. Nadie niega que las damas del organismo se inclinan y responden a las necesidades de la dictadura, pero podían al menos guardar las apariencias.

La celeridad que distinguió sus pasos en la preparación de una constituyente espuria, de una supuesta elección sacada de la manga del dictador y chocante con los principios constitucionales, se ha cambiado por una dificultad de caminar que clama al cielo. Actuaron como cohetes norcoreanos para cumplir las órdenes del Ejecutivo, y ahora se mueven en silla de ruedas. La morosidad de los aparatos ortopédicos se ha impuesto sobre la gasolina supersónica que antes movía sus motores.

Si faltaban evidencias contundentes sobre la dependencia de tales señoras ante la mandonería reinante, ahora se exhiben sin recato. Se les puede recordar, para ponerlas en movimiento, que fue el mismo patrón el que ordenó la celebración de los comicios regionales; pero todos sabemos que tomó la determinación a la fuerza, que no se complació con la disposición concedida en beneficio de la voluntad popular, que no le quedó más remedio.

Con los ojos de la comunidad internacional puestos sobre Venezuela, tuvo que abrir un postigo. Para evitar el crecimiento de las reacciones negativas frente a su rampante antirrepublicanismo, dejó que circulara una bocanada de oxígeno.

Porque no solo se asfixiaban las libertades públicas, sino también los pulmones decrépitos de la dictadura. El ahogo ya era avasallante, generalizado. Por eso abrió una pequeña bombona de frescura, capaz de lavarle la cara, en la medida de lo posible, a un régimen impresentable ante el escrutinio que se lleva a cabo más allá de nuestras fronteras.

Por eso la señora Lucena y sus compañeras de cuadrilla actúan a regañadientes, por eso han olvidado la partitura de merengue ligero que bailaron cuando sonó el ritmo prostituyente. Ahora desfilan al compás de la marcha nupcial, no solo porque les permite moverse con calculada parsimonia sino también porque, en cuanto a lo concerniente  al público, cuando la oímos desde aceras distantes del aquelarre, refrendan un maridaje inocultable, la exhibición de la doncellez perdida.

Pero la demostración de servidumbre no deja de obligar al CNE al cumplimiento de las normas fundamentales, de los requisitos que permitan la correcta inscripción de los candidatos de la oposición y, en consecuencia, que los electores reciban  la información mínima que requieren para tomar decisiones conscientes y responsables.

Es lo que pide la MUD, en representación del masivo interés de un electorado que solo espera la madrugada del 15 de octubre para continuar la búsqueda de la democracia perdida.


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