Una vez se refirió Rómulo Betancourt a los muertos insepultos y, como sucede tantas veces en el transcurso de la política, esos cadáveres recobran vida no por mucho tiempo sino en momentos importantes para la vida de los partidos. Esta vez, luego de las primarias llevadas adelante por un sector de la oposición, han salido los fantasmas a los que tanto miedo le tuvo Hugo Chávez y que proclamó, en una primera siembra de odio, que iba a freír en aceite sus cabezas, valga decir, los militantes de Acción Democrática.

Por ello ganó las primeras elecciones que se celebraron luego de la dictadura del general Pérez Jiménez y derrotó al contralmirante Wolfgang Larrazábal, un hombre de la Marina que supo ser el eje de la transición entre el régimen militar y la nueva civilidad que era necesaria para el camino de la modernidad institucional en Venezuela. Nadie lo repudió, nadie le dijo que era un militar que había servido al régimen dictatorial, nadie cargó sobre sus hombros las muertes ni las torturas de la Seguridad Nacional, la sanguinaria policía política que tanto dolor y daño hizo a los demócratas.

Como tantas cosas que dijo en su escalada hacia el poder, Hugo Chávez nunca temió a la vigencia de la memoria sino que la dejó llevar a la deriva con la intención de sembrar el odio entre unos militantes cuya sentencia era haber sido fiel a un partido que, desde el destierro, Rómulo Betancourt fue construyendo a través de una red epistolar tan certera como increíble a la luz de lo que nos sucede ahora.

Sufrimos, fuimos soberbios y al final condenamos a prisión a un general como Pérez Jiménez, lo cual nos dio la esperanza de que la ley no solo era sino que podía seguir siendo una instancia inestimable para la sociedad civil. Alcanzamos esa esperanza y la seguimos teniendo basados en una certeza que no se quebraba ante la corrupción. La Fiscalía y la Contraloría estaban en manos decentes y de probada honestidad.

Y llegó el golpe militar, aparatoso, que maltrató las enseñanzas de cualquier manual y vaya que son tantos. Lo periodistas pudimos ver cómo no sabían combatir, apreciamos su falta de entrenamiento, la orfandad de sus jefes y la improvisación que reinaba entre la tropa que inquieta y temblorosa nos pedía ayuda y orientación. Era algo increíble que los periodistas que estuvimos en área de combate nos dimos a la tarea de ayudar a aquellos pobres soldados que estaban inquietos y desorientados.

Ante tanta desorganización militar no nos extraña que hoy ese desorden se haya trasladado a la sociedad entera. Era previsible.

Hoy Acción Democrática, el partido que el golpe bolivariano quiso destruir, renace de sus cenizas. La torpeza militar levanta muertos.


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