La verdad es que así como Pdvsa es un dron a punto de estrellarse con muy pocas posibilidades siquiera de un aterrizaje forzoso, de la misma manera los drones de la revolución madurista chocaron con la realidad delante de la mirada asombrada de quienes fueron a la avenida Bolívar a presenciar el desfile en honor del aniversario de la gloriosa Guardia Nacional. Fue todo tan rápido que no hubo tiempo ni de “pedir para el café”, ese saludo tan cariñoso que nos sueltan en cada alcabala, de las tantas que nos acechan en calles y autopistas de Venezuela.

Que estuvieran dando vueltas por allí unos drones no le pareció extraño a nadie en la misma medida en que se trataba de un acto oficial con la presencia del señor Nicolás Maduro. Eso significaba que todas las previsiones y medidas de seguridad iban a privar por encima de cualquier otra prioridad, pero como aquí en Venezuela la mayoría de los atentados no ocurren sino que los inventan luego de ocurridos, pues a los numerosos anillos de seguridad de la Presidencia de la República no les pasó por la cabeza que esos juguetes tan coquetos que hacían cabriolas pacíficas y hermosas llevaban en su interior C-4, un explosivo que hacen las delicias de las crueles bandas islámicas del Medio Oriente.

Pues tarde piaron cuando se dieron cuenta (o fingieron darse cuenta) de que aquellos drones no eran del canal del Estado grabando unas vistas del hermoso desfile ni de la figura del señor Nicolás Maduro pronunciando su discurso de rigor. Todo lo contrario, nadie sabía si eran amigos o enemigos, si cumplían una misión especial o si buscaban causar daño. Allí comenzó el despelote, los gritos de alerta, los sustos y los primeros gestos de terror y desconcierto.

Muy bien, hasta aquí hemos seguido el guion oficial. Pero ¿realmente sucedió así?, ¿se puede comprar sin suspicacia esa versión proporcionada por los agentes de la propaganda oficial? Resulta más que difícil coincidir con los voceros del gobierno, pues la ocasión la pintan para dar alaridos sobre un atentado o, peor aún, de un magnicidio.

No se trata de llevarle la contraria a Miraflores, pero ese aguacero de histéricas declaraciones no convencen a la opinión pública nacional e internacional. Al contrario, no  aclaran sino oscurecen, y eso es lo peor que le puede suceder a una campaña de propaganda fabricada a trompicones y remendada sobre la marcha. En verdad, se le notan las costuras por todos lados.

Para muestra no basta un botón sino una caja de botones: ¿a qué genio se le ocurrió escoger ese lugar para montar la tarima presidencial, con un amplio e incontrolable espacio de maniobras y ángulos de tiro? Para nada cuadra en la cabeza semejante error de quienes tienen como deber primordial ubicar al señor Maduro donde menos peligro pueda correr. Y allí nace un río inmenso de suspicacias: ¿fue un error o algo deliberado?

¿Qué se buscaba con ello? ¿Por qué los supuestos terroristas sabían con tanta anticipación que el escenario escogido era el ideal para usar drones explosivos y no otro tipo de arma de precisión? ¿Qué pasó con el trabajo de inteligencia militar que no detectó a tiempo los preparativos del grupo de atacantes?


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