Sin ánimo de sacar provecho del libro Oro rojo de la periodista venezolana Marianna Párraga, corresponsal de la agencia Reuters en Houston, de indispensable lectura para entender, si ello es posible, el descomunal saqueo de Pdvsa por parte de los “héroes” militares que atentaron contra la democracia un 4 de febrero, nos atrevemos a destacar un matiz que cada día se hace más evidente en el discurso oficialista: la desesperación de los generales por borrar ese pasado deshonroso que ellos mismos ayudaron a crear.

La llegada impetuosa del fiscal Tarek William Saab a la dirección del Ministerio Público nunca ocurrió por azar, ni mucho menos por honores conquistados en recias batallas contra el hediondo pantano socialista de la corrupción. Nada que ver con arrepentimiento o golpes de pecho en función de aceptar la culpa.

Hasta donde se puede conocer o atisbar, en medio de la niebla de las maniobras para confundir la opinión pública, el escándalo de los petroleros rojitos era de tal magnitud que la operación de camuflarla exigía no solo un buen traidor sino una figura de cierta trayectoria entre el viejo izquierdismo militante. Pero no solo eso: lo fundamental era que, por sus actuaciones anteriores en la administración pública, fuera quebradizo al chantaje del alto gobierno.

Desde luego que derribar una de las pirámides que habían sostenido el nacimiento del socialismo del siglo XXI era una tarea titánica, extremadamente riesgosa y casi como jugarse el todo o nada por Rosalinda. Pdvsa era apetecida por todos y le fue siendo entregada de a pedacitos a los ambiciosos bolivarianos que, como es lógico, nunca se sintieron satisfechos con esos retazos.

Era un botín que se escapaba en el transcurso del tiempo porque, quizás, entregarlo todo significaba perder la esencia del poder en Venezuela. Pdvsa nunca fue una caja chica, tal calificación es en verdad un insulto, una venganza de un miserable ministro con ganas de riqueza, una explosión infantil de rabia ante la imposibilidad de poseerla. Lo cierto es que, reduciendo el escenario a escala bolivariana, a Chávez y sus amigos, la Pdvsa de la cuarta república les quedó muy grande, demasiado para gente improvisada e ignorante en grado sumo.

No se deben desestimar los esfuerzos de Chávez, novato al fin y escaso de meninges, por colocar en puestos claves a militares de excepción, con formación suficiente para estabilizar el caos producido por la indisciplina de los chavistas gritones e ignorantes, de los militantes a quienes se les hacía agua la boca por darle un agarrón a tanto dinero disponible que, antes al menos, exigía una mínima decencia administrativa.

Fracasaron y fueron castigados con el alejamiento del poder. Si se une este hecho a la amputación anterior de una gerencia muy profesional que, con sus bemoles, había mantenido por encima de la línea de flotación a una industria poderosa, entonces podemos entender que el barco encallara y que desde las orillas se lanzaran los aventureros a desmantelarla.

Hoy Tarek William Saab baila sobre los huesos de sus propias víctimas insepultas, como si detrás de su simulacro de fiscal no hubiera otra cosa que una vulgar venganza al estilo de la Cosa Nostra.


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