Los encuestadores son muy diligentes. También son clarividentes, por supuesto. Más que el común de los mortales. Buscan en todas partes para encontrar la verdad verdadera porque esa es su desinteresada vocación. Su vista está entrenada para no cansarse, porque tienen la misión de descubrir lo que no observamos desde nuestras limitadas perspectivas.

Con microscopio, con la nariz y con las orejas, llegan a aproximaciones de la realidad de las cuales no dudamos, pero que no dejan de sorprendernos. Es el caso del reciente descubrimiento que han hecho, sobre el cual no tenemos cavilaciones porque no podemos calibrar la profundidad que ellos otean, pero que no deja de deslumbrarnos.

Los encuestadores han encontrado nuevos liderazgos. Gracias a sus inquisiciones, sabemos que unos flamantes ejemplares de la dirigencia política han llegado para guiar a la sociedad. Los dirigentes del pasado reciente han pasado a mejor vida, o ceden su lugar a unos inesperados campeones de la lucha cívica.

Extraordinario descubrimiento: quién sabe mediante cuál artificio, se ha modificado el lugar de los políticos que antes ocupaban sitio principal en la vanguardia de los partidos y en el favor de la sociedad; sin saber la razón de la maroma, un elenco sorpresivo de orientadores toma el testigo y sale a iluminarnos.

Insólito hallazgo que debe provenir de estadísticas meticulosamente aplicadas, o de probados métodos de medición que solo manejan los iniciados, pero que conduce a unas interrogantes dignas de atención. ¿De dónde salen esos líderes? ¿Qué han hecho para ascender de pronto? ¿Son de generación espontánea? Quizá podamos imaginar el motivo de la declinación de los liderazgos que se están despidiendo, según ellos, pero es tarea difícil saber la razón del encumbramiento de los que ahora los suplantan. Los viejos se van porque provocaron el desencanto de la sociedad, puede concluirse desde una primera impresión, pero seguimos sin saber del resorte que disparó a los nuevos.

Para lograr un liderazgo que se pueda medir en las encuestas hay que hacer cosas que repercutan en la vida de la gente, que llamen su atención y también que provoquen pasiones. Hacen falta ideas atractivas, que se expresen de una forma capaz de convencer y conmover a sus destinatarios. Hace falta mucho trabajo, más allá de los actos privados y de las entrevistas en radio y televisión. Requiere de una presencia susceptible de provocar un impacto cuyo destino debe tener la fuerza de un poderoso imán.

Tales acciones han brillado por su ausencia. Nadie ha hecho nada de particular para ganarse a las multitudes, para hacerse de su pasión o su razón, para echar a las cabezas antiguas y ponerse en su estelar lugar. Puede ser que estemos ante acontecimientos que solo puede ver el ojo experimentado de los encuestadores, eso puede ser, porque un simple observador no es capaz de aproximarse a los grandes hechos que forman y fortalecen liderazgos a través del tiempo y en una realidad determinada.

Hemos visto actos de presentación y lectura de ciertas proclamas de poca relevancia, pero nada capaz de considerarse como base para una nueva dirección de la sociedad.


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