Ocurrió lo que tantos esperaban: tanto va el cántaro al agua hasta que por fin se rompe. Es lo que ha ocurrido con la diplomacia roja rojita, la del desprecio e irrespeto por el resto de los países democráticos que no le siguen el juego a la dictadura bolivariana y que exigen un comportamiento acorde con las normas que permiten la convivencia y el entendimiento entre tantas y tan diferentes naciones.

Basta con recordar, tiempo atrás, el ridículo intento de la canciller Delcy Rodríguez de instalarse en una reunión de Mercosur a la cual no estaba invitada, no por razones físicas sino porque Venezuela estorbaba en una cita que estaba destinada a reconstruir el objetivo inicial de la unión de Estados y mercados, no crear una hegemonía  bolivariana como pretendía Hugo Chávez.

La imagen de una señora retaca trepándose con extremada dificultad para entrar por una ventana a una reunión a la cual estaba, previa y anticipadamente rechazada, ilustró a todo el continente sobre las rudimentarias y prehistóricas maneras de  nuestra diplomacia. Pero no solo le dijo al mundo que nuestra civilizada decencia había sido barrida por las maneras brutales y ordinarias propias de los dictadores y de las camarillas militares, sino que de ahora en adelante deberían olvidarse  de los apretones de manos, de las anticipaciones de cortesías, así como de los cumplidos y las alabanzas.

Lo que debería esperarse de la diplomacia venezolana era un espectáculo de “lucha libre” al estilo de los programas norteamericanos y mexicanos en los que los contrincantes fingen hacerse daño para divertir a los espectadores. Amagar sin piedad por infundir la falsa verdad, presentar un combate para provocar la secreción de adrenalina en los seguidores fanáticos, engañar con un modelo ineficiente de ejercer la política, como si esta no fuera ya un engaño tan conocido como despreciable.

El señor Maduro, innecesariamente jefe de los mecanismos políticos que nos desgracian y convierten en oscuridad el presente y el futuro de Venezuela, ha proclamado que desembarcará o aterrizará en Perú a costa de lo que sea, incluso dejando por el suelo su menguada dignidad. Eso le demuestra a la opinión pública internacional que no son falsos los alegatos de los sectores venezolanos sobre su incierta estabilidad mental. Este hecho alarma a los sectores democráticos, estos comportamientos terminan en crueles e interminables tragedias para los pueblos. Recordemos Alemania en los turbulentos años que anticiparon el apoyo a Hitler.

Maduro, según las agencias de noticias, “reiteró que las elecciones presidenciales del 22 de abril se celebrarán con la oposición o sin ella”. ¡Qué maravilla de anuncio electoral! Los opositores son lo más parecido a los lentes para leer que se usan y se quitan según las circunstancias. “En Venezuela habrá elecciones presidenciales y el pueblo va a salir por millones y millones a votar porque en elecciones importa es el pueblo (…) vamos a elecciones llueva, truene o relampaguee, con oposición o sin oposición”.

Pues cuidado si relampaguea, porque un relámpago los puede malograr.


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