El reciente anuncio del usurpador en materia relacionada con asunto militar demuestra la desconexión que tiene con los problemas nacionales, o cómo se burla de los que los sufrimos. En medio de las carestías que distinguen la vida venezolana, ha dispuesto presupuestos para la fabricación de ametralladoras y para la adquisición de lotes de vestuario para los uniformados. ¿Se ha visto un alejamiento mayor de las penurias del pueblo, mayor desprecio por la indigencia que nos abruma cada día más?

Pero seguramente hay un vínculo con la realidad que lo lleva a semejante medida. No nos apresuremos al juzgarlo. Miremos las cosas con calma. Si sabemos que su supervivencia depende del apoyo de las fuerzas armadas, parece lógico que considere su atención como una prioridad. Si hay un cuartel rojo rojito en el cual busca el soporte para su continuismo, lo mejor que puede hacer, partiendo de cálculos inmediatos, es atender las necesidades de sus habitantes, o las solicitudes que haga el alto mando.

Quizá haya negocios de por medio, algún dinerito entre las manos de quienes engrasan el armamento y manejan la aguja que teje la indumentaria verde oliva y busca la tela para cortarla. ¿Se va a atravesar en la empresa? ¿Va a entorpecerla porque prefiere atender otras necesidades? ¿No están esos elementos primero que la alimentación popular y que la atención de los enfermos? Para alejarse de las puertas del infierno vale más un coqueteo con quienes lo pueden empujar a las pailas, que mirar hacia un mapa de desgracias. En las cercanías del averno es más importante la atención de los milicos que la compasión ante las calamidades de la sociedad.

La decisión, por la enormidad que traduce, conduce a pensar que no las tiene todas consigo en la parcela castrense. Debe mimarla con mayor dedicación para que no se vuelva levantisca, debe desvelarse en complacencias, aun en las que parecen más escandalosas, con el objeto de mantener una amistad cada vez más perentoria. De allí el anuncio de una determinación aberrante, a través de la cual cambia recursos materiales por una lealtad que quizá no sea tan segura como lo fue en el pasado reciente.

Hace poco, en una intervención ante un grupo de campesinos, el oficial “revolucionario” Castro Soteldo mostró una mazorca de maíz para referirse a sus bélicas ventajas. Dijo ante la concurrencia que las tusas, convenientemente ubicadas, servían para detener el avance de tanques enemigos. También afirmó que, si se colocaban en las turbinas de los aviones del enemigo, sus capitanes no podrían levantar el vuelo que pretendía la profanación del cielo sagrado de la patria y la aniquilación del pueblo soberano. Es un disparate de envergadura, a primera vista, pero deja de ser una insensatez y una bobería si se compara con la industria de ametralladoras y con la castrense sastrería que ha anunciado el usurpador. Por lo menos sale más barato y ofrece tema para divertidas conversaciones.


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