En realidad el usurpador y sus secuaces se han cebado con el estado Zulia. Ninguno de sus rincones ha escapado de la sevicia de la dictadura. Ninguno de los habitantes de una jurisdicción tan importante para el país, desde el punto de vista económico y de lo que ha aportado en numerosos aspectos al desarrollo material y espiritual de Venezuela, ha dejado de sufrir penurias infinitas debido a la indiferencia y a la incompetencia de la “revolución”. Nos detenemos en el caso de Maracaibo, su capital, porque simboliza la destrucción que caracteriza a la sociedad en general y resume la tragedia que experimentan todos los zulianos.

Todos saben de la importancia de Maracaibo en la evolución de nuestra historia contemporánea. Debido a la vecindad del lago, es decir, de las grandes reservas de petróleo que convertirían al país en uno de los más opulentos y prometedores del mundo occidental, se transformó en una urbe cosmopolita que simbolizó el arranque de un progreso llamado a convertirse en paradigmático. Las grandes manifestaciones de la modernidad capitalista enraizaron en su suelo. La relación con comunidades extranjeras trasmitió un aire de avanzada que emparejaba a la ciudad con los grandes centros de refinamiento, cultura y poder que causaban el asombro del universo. El avance económico dio paso a una élite de intelectuales, artistas y técnicos capaz de provocar la admiración de propios y extraños. A la vez, sirvió de asiento a elementos de organización colectiva a través de los cuales se llevó a cabo el ascenso de una clase trabajadora cuyos sistemas de protección y ayuda mutua fueron imitados en el país y en otras latitudes.

No se trata ahora de ofrecer un compendio cabal de las cualidades de una sociabilidad digna de encomio, pues faltarían el espacio y la ecuanimidad, sino solamente un bosquejo que permita apreciar el agujero ignominioso que es ahora por obra de la usurpación. Nada queda de aquel emporio. La excelencia ha sido sustituida por el degredo. La creatividad de una comunidad talentosa y esforzada apenas se manifiesta en contados rincones. Los adelantos que provocaban el orgullo de los marabinos y la envidia de los vecindarios, han sido arrojados al basurero por una dictadura que ha hecho de todo en su afán de convertirlos en polvo.

Todo ha dado un ominoso vuelco debido a la crisis eléctrica, que ha hecho de Maracaibo un abandono proverbial. La falta de energía en una localidad azotada por los rigores del clima, y las carencias que de ella se derivan, como la falta de alimentos, de servicios hospitalarios, de atención educativa y de abandono de actividades agropecuarias que han sido esenciales para la nación, se han enseñoreado para conducir a la ciudad hacia las cercanías de una fosa colectiva en la que puede terminar una historia admirable de cohabitación civilizada. No solo se llama la atención sobre el asunto porque estamos ante los padecimientos de la segunda ciudad de Venezuela, sino también por el estoicismo de sus hijos ante la avasalladora penalidad. Solo en los últimos días se han echado a la calle para protestar, después de elocuentes testimonios de paciencia bíblica.

La respuesta de los representantes zulianos del usurpador ha sido pavorosa, como se sabe. Detención arbitraria de dos diputados que encabezaban justas manifestaciones, bombas lacrimógenas disparadas a mansalva, allanamiento de domicilios sin orden judicial y persecución de muchedumbres desesperadas e indefensas. De allí que Maracaibo no solo resuma con creces el martirio de todo el Zulia, sino también el horror que padece el resto de Venezuela. Desde El Nacional transmitimos a la esforzada ciudad nuestra solidaridad y nuestro respeto.


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