No se trata de criticar todo aquello que el gobierno propone, pero, la verdad sea dicha, cada día que pasa los venezolanos entendemos menos los planes que desde Miraflores se lanzan a los cuatro vientos. Nada más lejos del deseo de los ciudadanos que el gobierno fracase a cada rato y que, en lugar de hallar soluciones, profundicen los graves problemas que padecemos o los enreden de tal manera que no quede otra posibilidad que interrogarse si en el alto gobierno no florecen las ideas o que, Dios nos salve, a alguien le patina el coco.

Dicho esto con todo el respeto que merecen los técnicos y asesores del señor Maduro, lo cierto es que no existe explicación posible para tantos enredos, fallas a montón, promesas y mentiras casi infantiles todos los días. ¿Es que en Miraflores nadie es serio, sino más bien una cuerda de mamadores de gallo? Y es que ya lo de los ceros de los billetes está pasando de castaño a oscuro. Han convertido a Maduro en un cero a la izquierda.

La situación económica no está para jueguitos de niños. La gente se muere de hambre y no lo dicen los enemigos del proceso (o del retroceso) sino los propios chavistas que fueron fieles hasta hace poco a la revolución bolivariana. Es impresionante cómo los militantes se acercan en la calle a los periodistas y les ruegan que los entrevisten, que graben sus protestas y difundan sus exigencias por todos los medios posibles.

El desencanto corre libre y crece como un río en época de lluvias. El temor a la represión ha dejado de existir y los chavistas que protestan no se tapan la cara ni exigen que no divulguen su identidad. Muy al contrario, la dicen en voz alta y hasta señalan en qué barrio habitan y a cuál comuna pertenecen, es decir, ya el gobierno no les mete miedo.

Es más, se percibe claramente que los guardias nacionales y policías les temen porque saben que si reprimen con fiereza a los habitantes de los barrios desatarán no solo la ira de la gente de las zonas populares sino la de sus propios jefes del oficialismo, que temen, con razón, que toda esta rabia que se ha venido gestando lenta y progresivamente termine en un segundo Caracazo con su doloroso saldo de muertes, heridos y destrucción.

No es fácil la situación para el oficialismo y menos aún para los militares leales a Maduro porque la población ve en ellos, equivocados o no, la causa de sus actuales desgracias. Esto es algo casi automático en situaciones de graves crisis sociales y económicas, como bien lo enseña el conocimiento de la historia. Y se equivoca aquel que se cree en capacidad de llamar a la calma cuando el río se sale de cauce. Y lo que está haciendo Maduro y su entorno ministerial es precisamente lo contrario.

Cuando las irracionales políticas del gobierno en el campo de la economía comienzan a degradar los ingresos de los pobres, a convertir en agua y sal los salarios, a impedir y obstaculizar la compra de los alimentos para medianamente subsistir, es cuando el respeto y la lealtad los jefes se desvanece.

Y este es el drama de la revolución bolivariana desde que murió Chávez. Se hunde en la insuficiencia de carisma de sus herederos, en la mediocridad de aquellos que iban a tomar la batuta y conducir al partido hacia la conquista de objetivos superiores. Fracasaron.


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