Es natural que buena parte del debate público se oriente hacia la discusión de las dos posturas de la oposición en torno a las cercanas elecciones. Los partidarios de la abstención critican a los seguidores de Falcón, y viceversa, para que se vea más movimiento entre los adversarios de la dictadura que en las escuálidas presidenciales. Parece una situación comprensible, debido a que ofrece fundamento para enfrentamientos provechosos que pueden tener sentido a mediano plazo.

Una discusión de tal tipo no es perjudicial, sino todo lo contrario. Permite mayor claridad cuando en el país predomina la inercia. Invita a descubrir los límites y las excelencias de las fuerzas opositoras, ante un acontecimiento primordial para lo que pase en los días inmediatamente posteriores. Las polémicas tienen fundamento y no se deben evitar, aunque solo sea para impedir que no nos acostumbremos al silencio demoledor que promueve Maduro junto con sus seguidores del alto gobierno, para que no perdamos el hábito de involucrarnos en los asuntos que más nos conciernen como ciudadanos.

Pero, dicho esto, igualmente conviene insistir en la necesidad de no olvidar que en el centro del tema que más debe interesar a la sociedad se encuentran la deplorable figura y la pavorosa gestión de Nicolás Maduro. La conciencia de la ciudadanía no se debe permitir el lujo de poner al dictador y a su régimen en la esquina del camino, bien tapado y guarnecido, mientras se ocupa de pelear por el abstencionismo o por la participación electoral.

Si las desgracias de la sociedad encuentran origen en el mal gobierno de un sujeto deplorable, ese individuo y su pésima gestión deben estar necesariamente presentes en el centro de las discusiones. Especialmente porque sobrará la tela para cortar. Escaseará el tiempo para detallar el inventario de los delitos y las desidias del dictador.

Un fatigoso detalle de los males que la “revolución” ha producido en Venezuela llenará nuestros días, nuestras semanas y nuestros meses. Será el trabajo que el socialismo del siglo XXI nos niega y el alimento de un pueblo doliente que no tiene cómo llenar el estómago. Será el testimonio de que, en la  hora de la verdad, no dejamos de ocuparnos de lo esencial para nuestra existencia. Pero, en especial, será la actividad a la que más miedo tienen el dictador y sus secuaces.

No se trata ahora de promover un tipo principal de discusión, ni de coartar el juego de las opiniones de los adversarios de la dictadura sobre las cercanas elecciones. Eso no es posible, ni tampoco deseable. Se trata solo de evitar que, en medio del fragor del atropello  de los juicios y de la influencia de los prejuicios, olvidemos que lo fundamental es enfilar las armas hacia  el elefante que irrumpe en la sala de nuestras casas y dejar las minúsculas  y volátiles perdices para otro tipo de cacería.

Hay diferentes tipos de presas, respetados lectores, pero una de ellas sobresale por la magnitud de los males que ha causado a la sociedad. Se puede escapar, a pesar de su volumen, mientras nos ocupamos de una fauna que merece análisis y necesita reproches, aunque quizá menos de los que ahora les dedicamos de manera preferente.


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