En una nota enviada ayer desde Río de Janeiro por la agencia AFP se analiza el magro escenario que le queda al ex presidente Lula da Silva, cabecilla de una de las organizaciones políticas que más daño le ha hecho a la democracia latinoamericana en los últimos tiempos.

No solo por el monto descomunal de coimas destinadas a mantenerse en el poder, sino por haber contaminado como una peste imparable al resto de los gobiernos que decidieron acompañarle en su juego de trampas y mentiras, de engaños y negocios sucios que, gracias a la acción valiente de los fiscales y jueces brasileños, fue detectado a tiempo, valga decir, cuando ya Lula había colocado a una de sus fichas en el camino de prolongar sus negocios y protegerlo de la justicia.

No es tanto el delito cometido sino el hecho aún más cínico y detestable: el ocultarse tras el disfraz de líder obrero, honesto y trabajador que llegó a las alturas del poder para rescatar a Brasil.

Nada deteriora más el liderazgo en estos escenarios políticos de urgencia social que descubrir que quien se viste de redentor es un farsante porque, como sucede en Brasil, no le basta con apropiarse de los bienes del Estado para usos indebidos, sino que se erige como el gran conductor de las reivindicaciones populares mientras arma tras bastidores una mafia política que ya quisiera para sí Don Vito Corleone, el Padrino, el capo di tutti capi.

Los periodistas venezolanos conocíamos bastante bien la tramoya económica y política que se estaba armando entre Caracas y Brasilia. No pocas veces uno que otro embajador brasileño nos hablaba, en los comienzos de los grandes negocios, en voz baja y con rabia contenida, sobre cómo el hombre de confianza de Lula, su mano derecha para mover los hilos de la corrupción, manejaba lo que se denominó “embajada paralela”, que desautorizaba a Itamaratí, la respetada Cancillería brasileña.

Era tal el furor entre civiles y militares venezolanos por hacer negocios con la camarilla gobernante del Partido de los Trabajadores que parecía que estuvieran padeciendo la “fiebre del oro” que sacudió a California, en Estados Unidos. Bastaría con que los fiscales y jueces brasileños revisaran minuciosamente los viajes a Brasil de líderes civiles y militares del PSUV, y a partir de sus llegadas y visitas a funcionarios del gobierno de Lula, armaran un escenario en el que cabrían negocios, coimas, estafas y sobreprecios inimaginables. 

Esto ayudaría muchísimo a que la justicia de Brasil apuntara sobre los sospechosos de manejar una red de corrupción de alto vuelo con Venezuela. Apenas la opinión pública de los dos países conoce la punta del iceberg.

El hecho de que un tribunal de apelación brasileño haya denegado, como bien lo informa la AFP, “los recursos presentados por el ex presidente Lula contra una condena a más de doce años de cárcel, comprometiendo las oportunidades del líder tanto de volver al poder como de seguir en libertad”, dice mucho sobre el futuro de Lula y sus cómplices en Venezuela.

Si Lula es inhabilitado por sus manejos sucios, de igual manera cabría la posibilidad de castigar a Maduro por su irregular relación con Odebrecht y Lula. El tiempo juega a favor de la democracia.   


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