En momentos en que América Latina se ve conmovida por tsunamis de corrupción promovidos por Brasil, Argentina, México y, tristemente, por Venezuela, brotan en nuestras cercanías rebeliones populares que, de inmediato, son etiquetadas como grupos terroristas, desestabilizadores profesionales, sectores de la ultraderecha, aliados del imperio y no pare jamás usted de contar. En verdad, la propaganda de las dictaduras siempre sigue su libreto disciplinadamente. De manera que todos terminan siendo, a la larga, terroristas, agentes extranjeros y, desde luego, traidores a  la patria.

A los venezolanos decentes les extrañaba que la acusación de traidores a la patria no se hubiera puesto de moda entre los verdugos que ejercen a plena luz del día en este martirizado país. Pues ha llegado la hora. Así estarán de estropeadas las columnas centrales que sostienen el oficialismo que ahora se disponen a aplicar esta calificación contra ciudadanos que, atrapados entre la destrucción de sus salarios, la dificultad de trasladarse a sus sitios de trabajo, de combinar su tiempo para atender a sus hijos y conseguir alimentos para su familia, se lanzan a la calle a protestar contra la ineptitud de civiles y militares que, enquistados en el poder, solo piensan en sus lujos y comodidades personales.

De allí que se incorporen al reclamo contra Maduro y su entorno inepto centenares de militantes y simpatizantes chavistas decepcionados de un gobierno que, en todo lo que emprende, fracasa estruendosamente. Está bien que se equivoquen la primera vez, pero lo lamentable es que insisten. Y es que no puede ser de otra manera, porque un ministro militar que se encarga de la energía eléctrica ha dado tantos pasos en falsos, tantos tropiezos estúpidos y ha causado no solo el odio y la rabia de los chavistas de pura cepa sino de la población en general, que nadie entiende cómo no le da pena seguir en el cargo. ¿Es que no conoce la palabra renunciar? Aquí se ha perdido todo vestigio de vergüenza.

Cuando los venezolanos escapan de su país y ven cómo se discuten y se intentan resolver las necesidades sociales en un ambiente siempre en el marco de las leyes y de la Constitución, se dan cuenta perfectamente del desastre mayúsculo que la visión militar ha implantado en Venezuela. Entonces caen en cuenta de la raíz del horror que tenemos en nuestro querido país. Ministros que se creen inevitables, que sin ellos nada puede ser resuelto, parecen generales alemanes ante el sitio de Stalingrado, caídos en una ratonera rusa de la cual no pueden salir.

Hoy el mundo presencia cómo en Nicaragua, narcotizada por déspotas absolutamente desprendidos de cualquier sentimiento y amor por sus ciudadanos, aniquilan con violencia, crueldad y muerte a su gente, a esos trabajadores y campesinos, profesionales de la clase media, a los voluntarios que llegaron a luchar desde todas partes de este continente sin que nadie les pagara nada, que se dejaron la piel en la guerra contra el despreciable Somoza y que ahora reclaman un compromiso incumplido.

No quieren riquezas sino justicia social, algo que Ortega y su mujer les escamotearon día a día con todo tipo de falsas promesas. Todo esto, putrefacto y corrupto, se parece tanto a Venezuela.


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