La situación actual de Venezuela es como la de un recipiente sin contenido, desde el punto de vista político, o como lo más parecido a una botella grande y empañada que espera el desbordamiento  y el jabón,  pero que apenas recibe líquidos a cuentagotas. El resultado de las “elecciones” presidenciales, capaces de conducir a un examen detenido de lo que sucedió y de meternos en los análisis que la situación requiere, apenas se ha sometido a vistazos que solo se han acercado a su superficie.

La dictadura es la menos llamada a realizar exámenes atentos, porque ellos verificarán su soledad y su precariedad. Debe pasar agachada, sin meterse en las entrañas del proceso, para que no la pillen en una operación parecida a las autopsias. Ponerse a buscar los motivos que los venezolanos tuvimos para no aceptar la invitación electoral, sería meterse en un tremedal sin salida. Usar la lupa para descubrir cómo la aplanadora de la indiferencia de la ciudadanía puso a Maduro en un extremo jamás visto de aislamiento, sería como adelantar los pasos de un cortejo fúnebre. Material para el inventario de un fracaso rotundo tiene la dictadura de sobra, pero jamás lo mostrarán frente al público.

La oposición, en cambio, tiene evidencias a granel para solazarse en un estudio del resultado electoral, pero quizá sin el énfasis que los acontecimientos requieren. Los testimonios aplastantes de la abstención invitan a un estudio que no será apacible. La soledad de los centros electorales y la elocuencia de las calles vacías se observa a primera vista como un espectáculo que conduce al entusiasmo, pero que conduce a la obligación de estudiar los motivos que realmente lo causaron. ¿Puede la oposición atribuirse las razones de la participación mínima de votantes, sin pensar en la existencia de un movimiento autónomo que tuvo poca relación, o apenas vínculos relativos, con lo que ella propuso antes de que sucediera la “elección”? Son preguntas de ardua contestación, si se quiere llegar a una reflexión sensata y realista de los hechos.

La situación se hace más complicada, si se considera que esos hechos fueron precedidos por un capítulo de desunión que condujo a una apreciación contradictoria de lo que sucedería. La oposición hasta ahora reconocida por las mayorías marchó partida en fragmentos a enfrentar la invitación de la dictadura, y ahora debe mirar hacia esos pedazos susceptibles de poner de relieve un panorama de descoyuntamiento que no debe pasar inadvertido. ¿Se hará una observación descarnada de un prólogo de distancias, antes de ponerse a juntarlas? ¿Será posible la operación, si viene precedida de silencios sepulcrales? No será fácil, si se sigue en el juego de las simulaciones y de las cortesías sin destino.

Justo lo contrario de lo que las urgencias requieren. La ausencia de discusión y, por consiguiente, el retardo de decisiones capaces de orientar cabalmente a la ciudadanía, remite a una irresolución de cuya permanencia se puede esperar lo peor. La botella no puede seguir vacía, a menos que los responsables de la conducción política prefieran la sed absurda del necio que está frente al oasis sin atreverse a calmar su necesidad y el ansia de los que vienen en la caravana.


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