Al fin se comienza a aceptar la necesidad de encontrarse, mirarse las caras y dar por sentado que un viraje en la política oposicionista era y es hoy más que nunca un paso en la dirección correcta. Desde luego no le faltarán enemigos a esta iniciativa que, de entrada, permite una corriente de aire fresco dentro de esta prisión política inexpugnable en la que todos, sin excepción, se miraban como dueños de la verdad y exterminadores a jornadas completas contra sus oponentes.

Pero se debe ir por parte porque una cosa es dar un paso que era ya casi una imposición o una condena, y otra muy distinta y difícil la de construir el camino con paciencia, tolerancia y sentido histórico. Los grandes debates ideológicos y principistas no deben aparcarse, pero mientras se construye algo sólido que no se desplome en medio de la batalla interna es de rigor pactar una tregua en función del monumental reto que se tiene por delante.

Esta guerrilla interna que les ha consumido en los últimos años no ha dado los frutos esperados sino, para desgracia y llanto, ha traído odios, intrigas, divisiones y muros infranqueables. Si se le analiza en términos generales no queda otra cosa que calificarla como una derrota por capítulos cada vez más dolorosos. Es como si la ambición de los líderes que adversan al oficialismo privara, con especial negligencia, sobre la sensatez de establecer alianzas entre sí para fortalecer la capacidad de sus ataques al enemigo.

¿No es posible recordar que, sin alianzas que hagan converger fuerzas hacia los futuros combates políticos, aumentan las posibilidades ciertas de obtener una serie de victorias que debiliten y quiten espacios a la capacidad de maniobra de Maduro y su camarilla? Mientras desde el gobierno se trabaja con minuciosidad los escenarios posibles, se les analiza y se les transforma en múltiples tácticas para evitar sorpresas y, a la vez, crearle emboscadas a quienes aceptan, sin prepararse debidamente, caminar por un campo minado y preparado con astucia por el enemigo.

En todo caso, las experiencias sufridas y transcurridas dejan lecciones y cicatrices, estas últimas dolorosas y generadoras de odio; pero, más allá, lo que debe ser usado (si es que es útil) es la negación de nuestra propia estupidez al no percibir que en esta lucha democrática la oposición se está enfrentando a un equipo que no pierde tiempo en polémicas intestinas, sino que las oculta, las discute y las conduce (o introduce) para alimentar la consecución de su estrategia final.

En una conversación presenciada años atrás entre veteranos líderes de la oposición se hizo visible la posibilidad de un frente amplio, y recibió, para sorpresa de los periodistas, una decidida atención. La fórmula nunca ha sido nueva y en muchas partes ha resultado triunfadora. Pero en Venezuela la cosa no es tan fácil, de manera que no es posible hacerse ilusiones por los momentos.

Pero el hermoso y multitudinario acto de ayer en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela proyecta esperanzas más allá de lo soñado. Es una señal y una advertencia a los sectarios. Los de siempre. 


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