La Conferencia Episcopal Venezolana ha publicado un nuevo documento sobre la convocatoria electoral llevada a cabo por la asamblea nacional constituyente que merece especial atención. Como la MUD todavía no ha respondido el llamado a elecciones, la voz de los obispos aparece como la única reacción oportuna que ha circulado hasta ahora.

No solo llama la atención el comunicado de la CEV porque es la primera reacción institucional ante la insólita invitación de la dictadura, sino por las afirmaciones que ofrece. No deja aspecto esencial sin tratamiento, mientras los partidos políticos deshojan la margarita.

El documento de los obispos toma el toro por los cuernos desde el principio,  debido a que alude a la ilegitimidad del organismo que nos llama a votar en una nueva justa por la Presidencia de la República. No duda en tachar de ilegítima la fuente que nos convida, debido a que su mandato no procede de la soberanía popular. Solo el CNE puede hacer el llamado electoral, afirman los mitrados. Los otros poderes carecen de legitimidad para llevar a cabo un acontecimiento de tanta trascendencia. ¿No lo advierten así, sin necesidad de sesiones interminables, los partidos que deben reaccionar frente al llamado?

También los obispos llaman la atención sobre la parcialidad del CNE y sobre las ventajas que, desde ahora, se observan ante una convocatoria apresurada que deja todo en las manos del oficialismo sin permitir un tiempo prudencial que conduzca a una contienda capaz de provocar la confianza de la sociedad. Si así lo saben y anuncian los prelados, ¿no deberían saber y entender lo mismo los dirigentes de la oposición? ¿No se sienten concernidos como los voceros de la Iglesia Católica?

Pero el punto más destacado del documento de la Conferencia Episcopal es, según nuestro entender, la denuncia del proceso electoral como un subterfugio para desviar la atención sobre la terrible crisis que padecemos en Venezuela. La hambruna, la carestía de medicamentos, la multiplicación de la violencia, el desbordamiento del hampa y el crecimiento de las denuncias sobre la corrupción del oficialismo se ocultarían en el ruido de los mítines, en la bulla de las caravanas y en el ambiente festivo que acompaña la pesca de los votos.

Las elecciones presidenciales solo son una búsqueda de distracción, una manera de ocultar el sufrimiento de la sociedad en el oropel de un juego democrático que solo existe en el reino de las fantasías. El mensaje se dirige a todos los electores del futuro, por supuesto, pero especialmente a las organizaciones opositoras que se animen a participar en la comparsa.

¿Qué hacer, entonces? Cosas distintas y de mayor efectividad, dice la voz contundente de los obispos; una unión de los partidos con la sociedad civil que conduzca a rectificaciones de fondo, una modificación de conducta en el seno de la dirigencia de oposición que nos saque del pantano dictatorial.

Estamos ante una advertencia contundente, ante un llamado de extraordinaria entidad, que conmina a los líderes de la oposición a mirar el panorama con la seriedad que últimamente han perdido. ¿Los obispos saben más que ellos, son más valientes, más transparentes  y más cercanos a las angustias venezolanas?


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