En situaciones críticas los militares ocupan el centro de la escena. Cuando ocurren terremotos e inundaciones, por ejemplo, los primeros actos de auxilio a la ciudadanía son protagonizados por los integrantes de las fuerzas armadas. Son los que inician el desfile de los socorristas y los que tratan de poner orden en medio del caos provocado por las catástrofes. Siempre ha sido un alivio observarlos en la vanguardia de las cruzadas salvadoras, con su disciplina ejemplar y con sus órdenes estrictas para evitar que las situaciones crezcan en pavores, incertidumbres y anarquías. Así ha sucedido a través de la historia, desde cuando existen en el país los cuarteles y viven en su seno individuos entrenados para la atención de la sociedad a la cual se deben. Quizá sean esos momentos los que permiten que la ciudadanía agradezca que exista la carrera militar.

No ha sucedido así en nuestros días de apagones nacionales, ni ante las acciones desmedidas que en no pocos casos ha provocado la carencia de un elemento vital para la normalidad de la vida. Los que destacan por su aparición en situaciones de anormalidad hoy han hecho mutis por el foro. No actúan ni siquiera una línea en el centro de la escena, permanecen en la mudez alejados de la vista de los espectadores, como si no hicieran falta en el drama de los demás, o como si sus superiores prefirieran reservarlos para otros menesteres. Tal vez esto último explique la razón de que se hayan desvanecido, como se verá a continuación.

Hace poco, el ministro de la Defensa dio unas curiosas declaraciones sobre la crisis que experimenta todo el país. Dijo que todo discurría por canales normales y que, por consiguiente, no tenía nada de importancia para reportar. Los periodistas se quedaron estupefactos ante tales declaraciones, o más bien frente a la falta de ellas, y así lo comunicaron a los destinatarios de su trabajo para que se enteraran de que todo marchaba dentro de la mayor tranquilidad en sus hogares y en los pormenores de su vida, porque lo acababa de decir el jefe de las fuerzas armadas.

Solo así se explica la pública desaparición de los soldados ante la emergencia nacional. Como el general dice que no hay problemas dignos de comunicación, tampoco son susceptibles de atención. Se puede entender que los miembros de las fuerzas armadas permanezcan en la paz de los cuarteles porque el superior afirmó que reinaba una calma chicha. ¿Van a contradecirlo? ¿Se van a poner a inventar alarmas innecesarias, cuando el más alto del generalato puede jurar que ellas solo existen en el reino de las fantasías o en la parcela de las alarmas infundadas? Jefe es jefe, aunque tenga cochochos.

Falta averiguar cuáles son las cosas dignas de reporte para el ministro de la Defensa, cuáles situaciones lo pueden conducir a dejar la inacción y a ordenar que sus subalternos hagan causa común con el pueblo ante una de las emergencias más destacadas del país contemporáneo. De momento no conviene tratar de adivinarlas, para evitar crispaciones inoportunas. Basta y sobra con las que tenemos.


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