La actual situación de Venezuela se distingue por el interés demostrado por las democracias del mundo occidental en la búsqueda de soluciones. Ha sido tal la magnitud de la tragedia nacional que la opinión del universo se ha movilizado para acompañar a la sociedad que lucha por la restauración de la democracia y por el retorno de la dignidad perdida. La mayoría de los gobiernos de América Latina y de Europa que se han involucrado en el encuentro de desenlaces urgentes y concretos puede considerarse como una excepción en el panorama internacional de la actualidad.

En la medida en que situaciones poco habituales, como las producidas por el éxodo masivo de contingentes humanos golpeados por la calamidad, muertos de hambre o ante el riesgo de la muerte por carencias de medicinas y de atención hospitalaria, se han multiplicado, el concierto internacional para salir del entuerto ha crecido hasta proporciones excepcionales. Es una reacción que se entiende, debido a que la exportación de nuestros males conduce al crecimiento de los problemas de un entorno en explosión. Cuando los males se mudan se convierten en tragedia generalizada.

Pero hay otra explicación, menos pragmática. La patada que el usurpador le ha dado a la legalidad y la comisión repetida de violaciones de los derechos humanos ha conmovido las conciencias del mundo. Ahora no se trata de evitar invasiones de desarrapados, de expediciones de individuos cargados de problemas y frustraciones, sino de escandalizarse ante hechos monstruosos contra la convivencia pacífica y contra la cohabitación civilizada por las que han optado la mayoría de las sociedades que se han levantado contra las perversiones del autoritarismo y contra las infamias de los regímenes totalitarios a lo largo del siglo XX.

La memoria funciona en esas colectividades que ahora hacen causa común con el empeño de renacimiento que distingue a los demócratas venezolanos. La comunión en torno a unos valores que han hecho poderosas y respetables a las comunidades de Europa y de América Latina vuelve por sus fueros en auxilio de un pueblo que clama por ellos y sale a la calle a reclamarlos. Estamos ante el asunto principal de este bloque formado alrededor de la causa venezolana: no se trata de hacer negocios, ni de remendar un capote antes de que extienda sus males en otros espacios, sino, especialmente, de juntarse en una causa común que ha hecho superiores a las colectividades que la han asumido y a la dirigencia que se ha ocupado de mantenerla como motivo esencial.

Pero la solidaridad no surgió de manera automática, como asunto espontáneo, sino debido al conocimiento de las luchas venezolanas que antes apenas sonaban en oídos extraños; y también, en especial, al empeño puesto por los lideres venezolanos que están en el exilio de mover la conciencia de los líderes extranjeros hasta meterlos en el navío que hoy navega triunfal por todos los mares. Los organismos internacionales, los foros en cuyo seno de debaten los problemas del mundo, las asociaciones de partidos y agrupaciones que ahora forman parte de una gran coalición en pos de la restauración de la democracia venezolana, han encontrado resorte para sus acciones en la voz de nuestros dirigentes exiliados, en su presencia continua, casi ubicua, en el mensaje de viva voz o patentizado en documentos cargados de evidencias incontestables que han presentado en sus tribunas. Se ha establecido así un nexo entre las necesidades nacionales y la solidaridad foránea que hará del regreso de la dignidad y de la democracia a Venezuela un fenómeno de cien cabezas pocas veces visto en la historia universal contemporánea.


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