Aunque recuperó el control de la Cámara Baja, el Partido Demócrata no logró ese triunfo arrollador que deseaba mucha gente no solo en Estados Unidos sino en muchas partes del mundo. Lo cierto es que la presidencia de Donald Trump y sus políticas no tienen muchos simpatizantes más allá de sus fronteras, pero eso a él no le quita el sueño. Lo que le importa es despertar entusiasmo en los votantes de la América Profunda que, a decir verdad, nadie sabe qué tan profunda es y qué tan dañina será en el futuro de continuar conquistando elecciones presidenciales.

Hasta ahora el presidente Trump ha lucido como un provocador profesional que vocifera y sigue vociferando hasta que su adversario (o más bien enemigo) decide darle la mano y sentarse a conversar con la absoluta convicción de que no sacará nada en limpio a su favor. Y sin embargo el carácter explosivo de sus actuaciones, de sus golpes de efecto tanto en su país como en el exterior, mantienen en vilo al mundo entero.

Cabría preguntarse hasta dónde le alcanzará la pólvora para mantener por mucho más tiempo esa guerra de fuegos artificiales. Ya sabemos que su triunfo no se debió a una avalancha de votos populares, que la señora Clinton fue la más votada por los ciudadanos norteamericanos y que si llegó a la presidencia ello fue producto de una estrategia que supo descubrir una rendija en los colegios electorales y por allí sumó los votos que necesitaba.

Pero este martes pasado la batalla electoral  no resultó tan fácil como la primera vez porque si bien es cierto que conservó su supremacía en el Senado (que era para él era un objetivo primordial) no pudo, a pesar de todos sus inmensos esfuerzos, evitar la caída de la cámara de representantes que, de ahora en adelante, le causará más de un dolor de cabeza y lo obligará a tuitear cada mañana con mayor ahínco y furia.

Y no es que los demócratas electos para ocupar asientos en la cámara baja tengan como objetivo común desde el inicio de las sesiones obstruir las iniciativas presidenciales. Eso sería suicida porque Trump con su verbo incendiario los convertiría en un santiamén en “enemigos de la patria o traidores al destino manifiesto de los Estados Unidos”. Es que los representantes demócratas, escogidos en las elecciones de este martes pasado, constituyen en sí mismo una variadísima e inmensa muestra de los nuevos valores y exigencias que la sociedad norteamericana ha venido cultivando a lo largo de estos años de lucha.

Y para peor o mayor desgracia de los republicanos, ha sido el propio discurso electoral de Donald Trump el que ha servido de fertilizante de estas contracorrientes políticas y culturales que surgen y se multiplican por todas partes, con exigencias inimaginables que antes apenas florecían o se toleraban una temporada pero que hoy constituyen una fuerza en permanente crecimiento.

La nueva cámara de representantes es casi una mini Naciones Unidas donde está presente ese espacio amplísimo de credos y nacionalidades, de diversidad sexual y de idiomas, de colores de piel y pensamiento democrático. Sin duda, los debates serán interesantísimos y, por qué no, lloverán palabras de fuego, pero en sana paz. Bienvenido, Míster Trump.


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