La revolución bolivariana, o mejor dicho lo que queda de ella, se ha convertido en toda una caja de sorpresas. Ahora resulta que en vez contar con una fiscal general que cumpla con su cometido como bien lo señala la Constitución, pues tenemos dos, una que quieren inhabilitar a toda costa pues no es del agrado del señor Maduro y su tribu, y otro que funciona como un caucho de repuesto, a quien han colocado mientras tanto en el cargo a falta de alguien menos decente y dócil.

Si bien los venezolanos nos quejábamos de la cercanía más que cuestionable de la representante del Ministerio Público con el jefe del Estado, a la sazón el finado Hugo Chávez, hoy nos damos cuenta de que es mejor malo conocido que bueno por conocer. Mientras llovían las críticas contra la fiscal general, a los ciudadanos  no les pasaba por la cabeza que el problema más grave estribaba en que, muerto y enterrado Chávez, el nuevo presidente Maduro buscaría una fiscal que se amoldara a sus deseos y fantasías dictatoriales. Menudo problema.

Porque amoldarse a Maduro constituye una tarea no solo innoble sino poco menos que inútil, porque exige la demolición de cualquier principio o de decencia en el cumplimiento de la ley a la que obliga cualquier democracia que se estime de ella. El problema esencial consiste en que la unión de la ineptitud, la ignorancia y la autoridad poco menos que rural que exhibe Maduro hace inútil e impracticable cualquier intento de democratizar a un gobierno que, desde sus orígenes, lleva marcada una cicatriz que denota su odio por las libertades y por el respeto hacia los sectores de la sociedad que, con todo derecho, deben expresar su pensamiento crítico sin ser acusados de conspiradores o de terroristas.

El espacio democrático y de libertad que se establece en las sociedades no son focos de insurrección o de conspiraciones militares. Mal estamos si cerramos las puertas de la protesta pacífica, si somos intolerantes a quienes son cuestionadores del orden establecido y si cometemos el dislate de emplear contra ellos no solo la violencia sino la discriminación como ciudadanos.

En este momento Venezuela vive la larga agonía del odio, el funeral que precede al entierro de la división y la mentira usadas como armas infames de militares y políticos corruptos que saben que están en el ocaso. Nunca más.

El fiscal postizo, tan postizo como el pelucón de Trump, escasamente respetado por quienes una vez creyeron en él, no tiene más valor que el famoso billete de 100 bolívares que Maduro fusiló sin piedad mintiéndole al país.

Hoy vuelven a mentir descaradamente. Tarek Saab le contesta a Luisa Ortega según su forma de ver: “Estamos hablando de una fiscal general que obviamente fue removida del cargo por haber cometido faltas graves contra la moral, contra la ética”. Es decir, que el señor Saab exime de un plumazo cualquier responsabilidad de los pillos que la fiscal Luisa Ortega investigó.

¿De dónde le viene tal poder? No solo invalida las investigaciones  que han llevado a cabo toda una legión de fiscales para perseguir a estos pillos, sino que establece un chaleco antibalas para la ley. ¡Tarek, no tienes vergüenza!


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