En medio de las tantas tribulaciones que martirizan a los creadores, acosados a diario por la cerrazón de la dictadura, los creadores y los promotores de cultura no detienen su actividad. Estamos frente a un testimonio de entereza, pero también de una altiva protesta que el régimen dictatorial no ha podido  asfixiar.

Hemos recibido el oxígeno indispensable que la comunidad diplomática y sus instituciones aportan sin otros fines que no sean el amor a la cultura y que nos dispensan con extrema delicadeza.

Los autores, los gerentes de quienes depende la difusión de las obras, la colaboración  de las representaciones diplomáticas y una fiel compañía de usuarios permiten la continuidad de un esfuerzo, gracias al cual se mantiene la luz en medio de las tinieblas.

Son conocidas las penurias de la actividad editorial. El encarecimiento de los precios del papel y de los demás insumos de las imprentas hace de las ediciones una faena casi imposible de lograr. La dictadura se ha empeñado en sofocar los empeños culturales que habían distinguido a la sociedad desde la segunda mitad del siglo pasado, pero no ha podido acabar con la presencia de la industria del libro a través de la cual se sobrepone un espíritu de creatividad que hoy queremos destacar con entusiasmo.

Cuando termina el año, tres esfuerzos dan testimonio de cómo no se puede detener el camino de las hojas cubiertas de tinta: la primera bienal en homenaje a Eugenio Montejo, que ha empezado en Valencia; la segunda puesta en marcha de la Feria del Libro del Oeste, que se llevará a cabo en el campus de la UCAB, y el Festival de la Lectura que después comenzará en la plaza de Altamira bajo la orientación de Cultura Chacao. No ha habido manera de detener tales empeños, pese a los deseos del oficialismo que pretende la divulgación de un solo tipo de pensamiento en un país acostumbrado a la heterogeneidad de las ideas.

La vida republicana depende de la libre expresión del pensamiento, y por ello la necesidad vital de preservar el espacio ganado por los creadores y los investigadores a través del tiempo. La permanencia de la libertad depende de la circulación libre de los volúmenes impresos. Conviene recordarlo ante el admirable trabajo de quienes se ocupan de promover las actividades referidas.

En las dos últimas décadas no ha cesado el trabajo de quienes tienen el oficio de escribir y pensar, de deleitarnos con la creación literaria y de ofrecer el resultado de sus análisis en el campo de las ciencias sociales. De allí el desfile de tres notables empresas, capaces de atraer grandes cantidades de un público sediento de conocimientos y del júbilo aportado por los escritores.

Serían actividades rutinarias si entre nosotros funcionara la democracia. Se trataría de iniciativas corrientes si no tuvieran el escollo de la dictadura. Estaríamos ante trabajos propios de una normalidad si no toparan con el hermetismo con el que sueña el socialismo del siglo XXI para apuntalar su hegemonía.  Serían tarea sencilla si no faltaran en términos extremos los recursos materiales que requieren para no morir. El hecho de que persistan, y de que cuenten con la compañía de la sociedad, es motivo de júbilo y señal de esperanza.


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