Hasta en la forma de liberar a los presos nos parecemos a Cuba. A Fidel le encantaba hacerse rogar para dejar salir de sus cárceles a quienes se atrevían a manifestarse contra sus represivas formas de gobierno, o rechazaban apartarse de la religión católica o de la orientación comunista pro soviética de su gobierno. Tampoco toleraba que los cubanos escogieran su preferencia sexual, fuese la que fuera.

Muy de tiempo en tiempo, en especial cuando necesitaba bajar el nivel de enfrentamiento con Estados Unidos o Europa, entonces procedía a soltar tres o cuatro prisioneros de cierta relevancia (a los cuales mantenía encarcelados a la espera de usarlos en esas ocasiones) y, junto a ellos, incorporaba a otros presos cuyo único papel era el de agrandar la magnanimidad del héroe de la Sierra Maestra. 
Tal conducta tranquilizaba la conciencia de la izquierda europea y hasta unos pendejos de la derecha que veían en ello un reblandecimiento de la tiranía, que en verdad no era sino una jugarreta cruel de las tantas que, sin ir muy lejos en la historia, ocurrieron en la antiguamente “heroica” Unión Soviética.

Pues bien, aquí en Venezuela la tenemos de vuelta como rancio método de postortura en tanto que genera expectativas de libertad “si colaboras” con el régimen, si tú y tus familiares se portan bien y caminan derechito, sin cometer locuras ni atrevimientos, cero declaraciones públicas y salidas a la calle, nada de firmar manifiestos por la democracia o contra los militares. Eunucos políticos en pocas palabras.

Si escarbamos un poquito en el interior de esta cruel jugarreta, copiada en su esquema de funcionamiento de los viejos campos de minas donde un paso en falso te hace saltar por los aires, descubrimos que estas excarcelaciones tan celebradas por el oficialismo encubren una nueva forma de encarcelamiento porque nunca terminas realmente de estar libre, siempre te van a tener atrapado, vigilado e inmovilizado en un recinto escogido por tus antiguos carceleros, así sea tu propia casa. 

Lo único que te cambian es la celda, pero a costo de ello encierran a tu familia, la someten a una vigilancia constante, interceptan tu teléfono, siguen a tus hijos al colegio y te obligan a convivir con policías bolivarianos cuya reputación está calificada de pésima entre las peores de América Latina, y nos quedamos cortos. 

Habrá quienes alegarán que también a unos cuantos se les ha restituido en su totalidad la categoría de ciudadanos y de representantes del pueblo, elegidos como fueron por el voto superior y legítimo de los votantes, a pesar de las trampas de las tres o cuatro tristes señoras que soportamos a pesar de sus adefesios físicos y morales. 

Pero no es verdad que a estos excarcelados se les han restituido sus derechos, por la sencilla y honesta razón de que, contra ellos, el gobierno impulsó, con viles y hediondos motivos, una campaña feroz orientada a desteñir la vigencia y pureza del origen de su elección popular. 
No se puede liberar a quien no ha cometido un delito, y no basta con fingir un acto espurio en la Casa Amarilla para dar por finalizado este crimen contra la Constitución. En este bufo acto teatral no ha caído el telón.


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