Como se están cumpliendo cinco años de la muerte de Hugo Chávez, conviene una reflexión sobre lo que su gestión dejó a los venezolanos. La publicidad del oficialismo se afana en destacar su paso por la historia, su hazaña de dividir la historia de Venezuela para hacerla mejor, pero el contenido de semejantes monsergas no aguanta un vistazo superficial. De allí la necesidad de señalar ahora algunos elementos sobre los cuales resulta difícil ponerse a dudar.

Ciertamente Chávez partió la historia de Venezuela, si se mira hacia los hechos llevados a cabo durante el medio siglo anterior, pero solo para abrir el agujero de proporciones gigantescas en el cual se debaten hoy las miserias del pueblo. Estableció un personalismo capaz de superar a los anteriores, hasta el punto de unir el destino de la sociedad a los caprichos de un individuo poderoso como no se sentía desde los tiempos de Gómez.

Dado que tal personalismo tenía más agallas que ideas, más carencias de formación intelectual que intenciones de trabajar con seriedad, más improvisación que solvencia, determinó el camino de una decadencia sin parangón desde el comienzo de la explotación petrolera.

Debido a la gestión de Chávez, la riqueza se hizo miseria, la honestidad se volvió polvo, las nociones liberales de administración pasaron a mejor vida, una militarada se enseñoreó en todas las escalas de la vida, la corrupción se hizo dueña y señora, el desprecio de los gobernados llegó a escalas descomunales y la vida toda que se había vivido con relativa dignidad se convirtió en el foso oscuro e insondable en el cual ahora nadamos asqueados.

El entusiasmo de los seguidores que cosechó con éxito y la debilidad de las fuerzas políticas del período anterior le permitieron hacer lo que hizo, y disimularlo con éxito, para que todavía se intente la posibilidad de hacer de su liderazgo un mito capaz de mantenerse a duras penas. El oficialismo tiene dinero de sobra para mantenerlo, quizá porque sea la única luz a la cual puede aferrarse para afirmar la existencia de un proyecto político digno de tal nombre.

La posibilidad de relacionar la luz con el tránsito de Chávez después de cinco años de su muerte se encuentra en detenernos, así sea de paso, en el predominio de la oscuridad que ahora sufrimos. Debemos recordar que fue su dedo el que escogió a Maduro como sucesor, que fue su voluntad la que determinó la continuidad de un equipo ineficaz y rapaz en las alturas del poder, que de su decisión provino la multiplicación de los tentáculos del cuartel que hoy habita en todos los rincones, que de su escogencia personal se han derivado las calamidades que el madurismo le ha provocado a la sociedad.

Así las cosas, cualquier lumbre anterior, cualquier fósforo vacilante parece lucernario. En la comparación sale ganando necesariamente el “comandante eterno”, como saldría también campeón el obediente coronel Tarazona o cualquier edecán del perezjimenismo. Fue la primera piedra de un edificio de horrores, la habitación inicial de la pocilga que ahora es Venezuela. A cinco años de su muerte, es lo primero que deben recordar los que quieran salir del atolladero.


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