La excusa predilecta de la actual dictadura consiste en echar la culpa a los demás. El responsable preferido de las desgracias venezolanas es el imperialismo norteamericano, de acuerdo con una retórica  de vieja  procedencia que llegó a su apogeo con el gobierno de Hugo Chávez, pero también puede ser aquel adversario que esté más a mano mientras crecen las desgracias venezolanas.

Acosados por su incapacidad, por sus negligencias y corruptelas, Nicolás Maduro y sus acólitos no dudan en topar con un responsable de los entuertos cada vez más numerosos que están asolando a Venezuela, para así librarse de la responsabilidad que sin duda les corresponde. Todo lo malo se debe a una mano ajena y tenebrosa, por lo tanto.

La estrategia no solo aumenta el descrédito de la “revolución”, sino también la multiplicación de los que responden con seriedad y con ira los quites que pretenden hacer para que no aumente su reputación en el terreno de la incompetencia y la mentira. Ya nadie toma en serio las “explicaciones” de Nicolás Maduro, porque se sabe que no son sino patrañas colosales que no merecen atención; y los que se sienten más concernidos por el tamaño de los pretextos y las coartadas que se repiten hasta el cansancio ripostan con acritud.

Es ahora el caso de Juan Manuel Santos, presidente de Colombia, quien ha saltado sobre la versión de Maduro en la cual aseguró, sin siquiera parpadear, que  los hermanos del vecino país colman los centros asistenciales de Venezuela para buscar tratamiento médico y que, por consiguiente, impiden la atención adecuada de la salud de los venezolanos. El maravilloso sistema hospitalario de la “revolución” bolivariana no solo se ocupa de la salud de los nacionales, sino también de los achaques de unos vecinos incómodos que la invaden a mansalva, se atrevió a decir el dictador.

La respuesta del presidente Juan Manuel Santos fue contundente: no solo está usted mintiendo Maduro, sino que pretende ocultar la dolorosa realidad que significa el deambular de 1.200 venezolanos por las calles de Cúcuta en situación de indigencia. El hecho cierto es que la administración de Bogotá ha solicitado el auxilio de la ONU para solucionar la emergencia provocada por la explosiva inmigración de venezolanos que, como es sabido, corre despavorida a Colombia para librarse de los rigores a los cuales son sometidos por un deplorable gobierno que los humilla y escarnece.

De los labios del presidente colombiano no solo ha salido una respuesta adecuada, un conjunto de verdades incuestionables, sino también un llamado de atención sobre el abismo generalizado que ha provocado la autocracia roja rojita, debido al cual ha llegado la sociedad a extremos de penuria que destacan en el panorama latinoamericano.

El lector debe recordar que una vez Venezuela fue próspera y hospitalaria para propios y extraños, alejada de los aprietos monstruosos y de las penurias descomunales, pero que ahora es una vergüenza continental. A esa memoria nos obligan las verdades de Santos.


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