En estas últimas semanas hemos citado con profusión las noticias de las agencias internacionales. El por qué de esa preferencia es que ellas se ocupan de la política venezolana y latinoamericana como nunca antes y gozan de un gran respeto profesional. Recordemos, además, que en estos tiempos está de moda por parte de los gobiernos desmentir cualquier noticia que consideren perjudicial a sus intereses y que, por si fuera poco, los periodistas que se atreven a pasarse de la raya (¿?) pueden ser represaliados sin consideración alguna.

Pensemos en lo que le sucedió al periodista saudita Jamal Khashoggi, que entró en la sede del Consulado de Arabia Saudita en Turquía para un simple trámite y más nunca se le volvió a ver con vida. Se especula que su error fue ser crítico con el joven heredero de la corona saudita. Pero esa no puede ser ni será jamás un motivo valedero para quitarle la vida a un ser humano.

Ayer no más el mundo pudo observar cómo en una rueda de prensa en la Casa Blanca, luego de las elecciones de medio período en Estados Unidos, el presidente Donald Trump rompió en improperios contra un joven periodista que indagaba su parecer sobre la famosa caravana que atraviesa parte de Centroamérica y pretende cruzar la frontera con Estados Unidos. No contento con ello y en medio de su enojo, Trump ordenó que le retiraran su acreditación como periodista autorizado a cubrir los actos y ruedas de prensa en la Casa Blanca.

Este tipo de comportamiento es, desde luego, típico de la dictadura comunista que reina en Cuba por los años de los años, amén, y cuyo principal protagonista siempre fue Fidel Castro, enemigo acérrimo de la prensa libre al punto de llegar a clausurar todas las revistas y periódicos que expresaran algún tipo de pensamiento que no fuera el suyo. Y ni se diga Putin en Rusia, cuyos asistentes escogen a quiénes pueden asistir a sus conferencias de prensa y delimitan los temas que se tratarán como si fueran dueños de la verdad.

En la cuarta república no faltaron los intentos de cerrar la Cadena Capriles y de censurar a El Nacional y tantos y tan buenos y prestigiosos periódicos de provincia. Todavía está fresco en nuestra memoria el recuerdo de aquella perorata del difunto Hugo Chávez en la cual preguntó cuánto cobraba Zapata por dibujar las caricaturas que tanto le molestaban a diario desde El Nacional.

Pero todo esto no termina con la llegada de la quinta república, que al comienzo se movió cautelosamente en cuanto a la libertad de prensa y que prefirió comprar periódicos que le fueran afines tanto en la capital como en el interior del país. Paralelamente, adquirió una cadena de radios y presionó para apoderarse de televisiones regionales y nacionales. Luego, con el monopolio oficial de la importación de papel a dólar barato se inició la muerte lenta de la mayoría de los periódicos venezolanos, hoy desaparecidos o con aparición solo en la web.

Hoy ya no es necesaria la simple censura, ahora se prohíbe escribir sobre hechos públicos y notorios como el caso del concejal Fernando Albán, quien falleció cuando estaba “bajo la custodia del Estado”. El fiscal general, Tarek Saab, dictaminó que era suicidio y prohibió cualquier otra suposición al respecto. ¿Libertad de prensa aquí? Bien difícil.

       


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