Que nos sancione el Departamento del Tesoro de Estados Unidos ya se ha convertido en una rutina. Y de la misma manera resulta cansona y fastidiosa la réplica vulgar y estítica con la cual Venezuela pretende enfrentar estas decisiones que afectan no solo nuestra soberanía sino también el honor de la FANB. Pero a estas alturas ya los venezolanos no sabemos qué pensar de nuestro gobierno y de la Cancillería.

¿No existe una respuesta sensata que obedezca a los principios de la diplomacia y que permita conocer en profundidad sobre la naturaleza de las investigaciones que han adelantado las autoridades estadounidenses? Nadie parece preocuparse de este hecho fundamental que está exponiendo a los integrantes de las FANB a una persecución internacional absolutamente cruel e innecesaria.

¿De qué se les acusa? Desde luego que lo sabemos todos, ¿pero es tan cierto que nadie se atreve a dar a la luz esas pruebas?  ¿Y cuáles son esas razones que impulsan a una superpotencia a ocuparse de un país tan pequeño, carente incluso de fronteras amigas porque las histéricas declaraciones de la anterior señora canciller nos han aislado de los antiguos aliados?

Fidel Castro siempre sacaba a relucir que el imperio norteamericano anhelaba nuestras grandes reservas petroleras. ¿Y si no fuera así? ¿Si por casualidad esta aseveración olvidara qué clase de reservas tenemos allí y las dificultades de acceder a ellas? Nos han ocultado que el mercado petrolero no es, como ilusionaba el dictador de Cuba, tan sensible a nuestras condiciones y ambientes internos.

Ahora, cuando estamos con el agua al cuello, no nos queda otra cosa que apelar a la sensatez, a la diplomacia y a la cordura. ¿Es acaso un rapto insensato? La respuesta tantas veces esquivada es que tenemos una presencia fundamental en el área energética de América Latina y que debemos aprovecharla en tanto somos proveedores confiables y de largo aliento.

Tanto Estados Unidos como el gobierno chavista borran, infantilmente, la máxima inevitable de que los negocios siempre vuelan por encima de los intereses políticos y que, de manera imperceptible, para los ciudadanos, encaminan sus objetivos hacia la rentabilidad de sus capitales. No existe ¡ay! corazón ni buenas intenciones  porque nada de eso está contemplado en el escenario de un mundo, lamentablemente competitivo, que no puede detenerse en buenas intenciones por la sencilla razón de que nadie las tiene.

El gobierno venezolano, por decir algo, juega con una alegría peligrosa en el campo de la diplomacia. Insulta a los presidentes, desprecia a los cancilleres y a los enviados especiales que solicitan visitar el país. Tal rechazo de niño malcriado no tiene efecto en un mundo sensato y respetable. ¿Cómo podemos pedirle al mundo que nos apoye si representamos una corriente diplomática que pasa por Cuba, Rusia, China, Bolivia y otras idioteces?

Con el corazón en la mano deberíamos preguntarnos si, ante tantas imbecilidades, podemos acompañar a Maduro, en su errático comportamiento diplomático, para exigir que Estados Unidos deje de molestar a las FANB. Ni de lejos.     


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