Los crímenes de las FARC no pueden ser olvidados tan fácilmente con un simple tratado de paz que, por lo demás, hay que remendar constantemente en la misma medida en que salen a la luz pública tantas barbaridades y salvajadas cometidas por esta narcoguerrilla colombiana. Esta historia no ha llegado a su final y, de seguro, continuará amargándole la vida a Colombia por largo rato.

El asesinato en cautiverio de tres integrantes (dos periodistas y un chofer) de la redacción del diario El Comercio, de Quito, demuestra que el acuerdo de paz recientemente firmado por el presidente Juan Manuel Santos exige continuar con la tarea de apagar esos peligrosos desprendimientos de la “guerrilla matriz” que insisten en continuar en su tarea destructiva y criminal.

Los tres miembros de la redacción del periódico ecuatoriano fueron capturados luego de viajar a la frontera para informar a los lectores acerca de una serie de actos violentísimos ocurridos en la zona y que, según las versiones preliminares, estaban vinculados a una facción disidente de las FARC interesada en continuar con su criminal negocio de extorsiones, secuestros, sembradíos de coca y comercialización del producto final.

Estos grupos supuestamente guerrilleros no son más que auténticas bandas criminales que actúan siguiendo la marca de fábrica patentada por las FARC. Este grupo que asesinó a los tres miembros de la redacción de El Comercio de Quito estaba comandado por el ecuatoriano Walter Artízala, conocido como Guacho, un bandido cruel y vengativo que se mueve en esa zona de nadie que es la frontera entre Ecuador y Colombia. No es de extrañar que antes de asesinar a los tres secuestrados se haya ensañado con ellos aprisionándolos con una cadena de acero y sometiéndolos a pasar hambre y sed.

El presidente de Ecuador, Lenín Moreno, actuó con serenidad y sopesó muy bien los pasos que iba a dar para intentar la libertad de los tres secuestrados. En primer lugar abrió un espacio para negociar, luego exigió pruebas de vida antes de iniciar cualquier trato y, al ver que no obtenía respuestas satisfactorias, colocó un plazo de 12 horas para actuar unilateralmente. Nada de eso bastó para lograr una salida civilizada. Desde ese momento surgió una sensación dolorosa sobre la suerte de los secuestrados.

El presidente Lenín Moreno, profundamente afectado, le anunció a los ecuatorianos y a la prensa internacional que ya tenía información que confirmaba el asesinato de sus compatriotas. La tragedia de la violencia generada por la guerrilla colombiana estalló entonces como una dolorosa verdad. No hay que olvidar que Ecuador siempre ha sido un aliviadero para las narcoguerrillas de las FARC, como también lo fue y lo sigue siendo de muchas maneras Venezuela.

Queda en nuestro recuerdo la oportunidad en que el otrora presidente Uribe y su ministro de la Defensa, el actual mandatario Juan Manuel Santos, atacaron un campamento de las FARC en la frontera con Ecuador, donde fue dado de baja uno de los más folklóricos jefes de la guerrilla que, en medio de la selva, dormía en pijamas y así fue encontrado su cadáver. Más ridículo imposible.    


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