Si es por motivos para protestar, sobran. Es tal el cúmulo de carencias materiales y morales que agobia a la sociedad venezolana, que se pueden escoger con facilidad, sin un esfuerzo mínimo, las razones para echarse a la calle en nutridas manifestaciones. Llama la atención que el motivo que se ha preferido sea el de la falta de perniles en las mesas de los hogares venezolanos.

Que no haya pernil es preocupante en estas fechas navideñas, debido a que forma parte de los hábitos pascuales. El pernil es como la hallaca en estos días, es decir, una compañía indispensable, una parte esencial para los hogares católicos que celebran el nacimiento del Niño Jesús y en los cuales habitan las mayorías de la sociedad. Sin embargo, resulta procupante el hecho de que sea el motor principal de las algaradas contra la dictadura.

¿Por qué? Para calmar a las clientelas satisfechas, la dictadura ha puesto en marcha una estrategia de dádivas mediante las cuales pretende un control del clima de insatisfacción cada vez más creciente. En la lista de las dádivas ha pregonado la entrega de perniles, que ha puesto a la sociedad a la espera. Si no llega el regalo, si no se cumple la oferta revestida de generosidad, se enciende la mecha de las protestas.

Es terrible la costumbre de este tipo de entregas que han puesto en marcha los oficialistas incapaces de atender las necesidades populares. Acudiendo al más grosero populismo, quieren calmar las necesidades de la población mediante la concesión de unos supuestos favores, de unas supuestas liberalidades que se deben a la munificencia de una autoridad compasiva. El hombre desprendido que gobierna se apiada de los desarrapados porque los ama desde el fondo de sus entrañas: esa es la imagen que quieren establecer en la sensibilidad popular.

Salta a la vista la aberración que se ha puesto en marcha, la descarada dependencia que se quiere establecer entre las carestías de la sociedad y las decisiones de la dictadura, que queda como la entidad justa que se compadece de los humildes. La dictadura que no es capaz de atender las necesidades básicas de los gobernados se convierte en espléndido distribuidor de bocados. Aparte de que ni siquiera puede cumplir el doloroso cometido, coloca a las mayorías en una situación deplorable debido a la cual tiende a la pasividad.

Aparte de este punto, digno de la más enérgica de las repulsas, está otro no menos significativo: las masas comienzan a acostumbrarse a las dádivas y esperan por ellas sin hacer nada para reclamar por su bienestar, pero especialmente por su dignidad. Asuntos esenciales en la vida de la república, como el establecimiento de una justicia y el retorno de la libertad, pasan a segundo plano o desaparecen del panorama porque la gente está pendiente de un pedazo de pernil. Aun el tema de la salud, que es realmente acuciante, desaparece del plano de los reclamos porque la gente se debate por un pedazo de pierna de cochino concedido graciosamente por los acólitos de Maduro. Un pueblo que muestra este grado de degradación, este tipo de alejamiento de los asuntos que más debe atender en el teatro de una república, pierde la fuerza que necesita para ser el centro de la vida, el animador del civismo y el motor de las transformaciones que se requieren con urgencia.


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