Ayer, con el Mayor desparpajo y la General sorpresa, el señor Maduro dio instrucciones precisas a la asamblea constituyente oficialista y al Consejo Nacional Electoral para que fijen de una vez la fecha de los comicios presidenciales. No contento con la vulgaridad y el irrespeto que conlleva impartir semejante orden a unos poderes que deberían al menos fingir su independencia ante el Ejecutivo, el señor Maduro agregó a sus palabras un par de sonoras bofetadas más al precisar lo siguiente: “¡A más tardar el lunes!”.

Desde luego, a estas alturas del partido ya no es necesario para Miraflores cuidar las formas ante lo que ha quedado claro para los venezolanos y la opinión pública internacional, de que llamar a elecciones no es sino una pantomima más de las tantas que se vienen cometiendo en los últimos años. Con ello el oficialismo demuestra su debilidad y su decadencia electoral, pues de otra manera y contando con todos los recursos del poder, no debería acudir a estos trucos tan viejos y gastados históricamente por las antiguas dictaduras de las repúblicas bananeras centroamericanas.

Esta prepotencia política siempre ha traído consigo amargas y dolorosas consecuencias para quienes olvidan que, por mucho poder que se tenga (los ejemplos sobran en nuestro subcontinente americano), nunca se debe actuar públicamente a la manera de un buscapleitos guapetón e intolerante. Mientras un mandatario sea más consciente de su respaldo popular, de su desempeño hábil en los asuntos que le asigna la Constitución y siendo respetuoso de los ciudadanos aunque no sean sus partidarios, jamás debe apelar a fanfarronerías que dejan un mal sabor de boca aun entre sus seguidores.

Está claro que el señor Maduro no pasará a la historia precisamente por sus habilidades como orador, administrador de la hacienda pública o defensor de los derechos humanos. Su destino está claro entre aquellos mandatarios que habiendo llegado al poder por circunstancias ajenas a su habilidad política, su astucia parlamentaria o su labor como canciller, se ven enfrentados a retos para los cuales no estaban preparados.

Aun así esta circunstancia no le exime de un cierto comportamiento acorde con sus responsabilidades que, entre otras cosas, no lo obliga a bailar salsa o a contar malos chistes en público. El país, la crisis, la muerte de serie innumerable de niños, ancianos y enfermos graves que languidecen en los hospitales bolivarianos que, como bien lo sabe él, están en las condiciones más deplorables y no, claro está, por la guerra económica y el imperio. Eso estaba bien, al principio, como consigna; pero ya no da más porque nadie la cree y, lo que es peor, nadie logra tragársela sin vomitar. Un poquito de piedad no nos viene mal.

Para el señor Maduro (según un despacho de la AFP) “están dadas las condiciones electorales, técnicas, tecnológicas, institucionales, políticas (le faltaron las meteorológicas) para que en Venezuela esta semana sin falta se fije la fecha de las elecciones, dijo el mandatario, cuyo período de seis años vence en enero de 2019”. ¿No les parece respetables lectores que existe como un gran apuro, una prisa por salir del paso, de una urgencia por ir al baño?


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