No son nada despreciables los acontecimientos que hoy cercan nuestra libertad y nuestra democracia. Y lo que es peor, las guerrillas comunicacionales que desde el gobierno acosan a quienes conducen equilibradamente esta lucha y los acusan de ser traidores, vendidos, falsos revolucionarios y, para más, agentes de cualquier imperialismo que se aparezca por allí.

Quienes tenemos unas largas  décadas de conocimiento de estas situaciones no nos creemos con el derecho y la exclusividad de la verdad pero, modestamente, sí tenemos memoria de los errores que cometimos y que sería una idiotez repetirlos para terminar siendo derrotados y exterminados por un enemigo que en nada le preocupa guardar las formas sino aplastar la rebelión a como dé lugar; entonces sí tenemos más o menos una idea del reto que tenemos por delante y que no puede ser reducido al simple grito de ¡calle, calle!

La calle tiene sus virtudes y su lado efectivo, pero puede agotarse como se agotan todas las formas de lucha si se practican como una pomada milagrosa. En estos momentos críticos en los que la oposición debe enfrentar a un gobierno que no respeta ni quiere respetar los derechos de los ciudadanos es inevitable atacar en todos los frentes y frenar las maniobras del oficialismo y de sus esclavizados medios de comunicación. De manera que se debe reflexionar, analizar y establecer los caminos prácticos que permitan una derrota de un gobierno que ya no debe ni puede guiar a Venezuela.

Ante sus propias debilidades y sus escasas posibilidades de salir adelante en medio de una crisis que los supera abiertamente, el señor Maduro coloca una nueva trampa para cazar incautos y detener lo que, desde ya, se perfila como su salida del poder en escaso tiempo. Apela a las elecciones que él mismo ha venido saboteando sistemáticamente a través de un órgano que le es obediente y sumiso. No existe, en nuestra memoria como pueblo democrático, una sola oportunidad en que los partidos y la sociedad entera haya pedido elecciones sin que ellas hayan sido objeto de trapisondas y triquiñuelas de la peor especie, siempre armadas por las reptiles del CNE, a las cuales las protegen como si fueran honestas servidoras del poder electoral, cuando en verdad son todo lo contrario.

Sin fumigar el CNE nadie puede ir a elecciones, hay que darle honorabilidad a ese organismo y ello no ocurrirá  si persisten en sus puestos estas tracaleras de alto vuelo. Una de ellas es extranjera que, por lo demás, manipula cuando quiere la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, y si aquí existiera honor y justicia esta señora estaría presa porque la Constitución se respeta. Pero a ciertos militares les encanta que esta gente, que carece de honor y ética, se haga dueña de la voluntad popular mediante su actitud rastrera.

Aceptar elecciones municipales, de gobernadores y de cualquier otra cosa es darle legitimad a esta pandilla que lleva años haciendo trampas y riéndose de los ciudadanos honestos. Ya se les venció el tiempo, no las queremos y exigimos que salgan de esos puestos que nunca debieron desempeñar. Su lugar está en la cárcel.

  


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