Ya los venezolanos padecen duramente la fatalidad de tener un mandatario que ha demostrado que no puede ni podrá sacar adelante a Venezuela de esta descomunal crisis que azota sin respiro ni reposo. No tenemos alimentos suficientes, tampoco medicinas, ni papel moneda y, lo que es peor, hasta la producción petrolera va en caída libre. Es muy probable que nos embarguen no solo el presente sino el futuro de nuestros hijos.

Mientras tanto a la realidad inmediata, esa desesperada tragedia de todos los días de salir a buscar alimentos y medicinas, se le une el  clima de desasosiego que todos sentimos, opositores y oficialistas, sobre esta lenta e inevitable marcha hacia el abismo. Nada hace pensar al ciudadano que es posible el milagro de una recuperación económica en el corto y mediano plazo si se mantiene este camino lleno de errores que, para peor, no hace sino profundizarse en medio de la ineptitud y la corrupción de la cúpula oficialista.

Este pesimismo generalizado ha ido tocando a las mismas fuerzas populares que, en un momento dado, creyeron en Hugo Chávez y que luego de su muerte se han ido alejando de un gobierno cuyo combustible fundamental es la mentira y el engaño. Lo sabe la camarilla civil y militar que rodea al presidente, lo saben sus aliados de siempre (Cuba y el resto del Alba) y sus socios continentales. Hasta Raúl Castro se aleja pudorosamente.

El régimen se mantiene a la deriva en tanto sus opositores son débiles e incapaces de frenar sus ambiciones. Se nota que no recurren a las fuentes de la historia, a las viejas artes de cohesionar el rechazo al madurismo entre tantos y tan disímiles partidos y grupos que luchan buscando el mismo objetivo. Hasta Lula en sus mejores momentos supo reunir once partidos en un espectro político que iba desde la extrema izquierda a la derecha recalcitrante. Que luego se haya deteriorado su gobierno no es culpa de esa coalición sino de un líder débil, hipócrita y tolerante con sus colaboradores ambiciosos y ávidos de dinero.

La sociedad venezolana cruje y se desmorona sin que el gobierno se perciba de ello y mucho menos la oposición. Las señales son más que evidentes: el año pasado se sucedieron cerca de 4.000 protestas callejeras, cortes de carreteras y marchas no partidistas sino de carácter reivindicativo de los derechos de trabajadores y empleados del sector privado y, para más sorpresa, de los ministerios e institutos del Estado. Además, se ha dado una exitosa batalla internacional sin que, lamentablemente, se haya cosechado ese triunfo en la totalidad de su dimensión debido a las rencillas internas.

Las señales para que se intensifiquen las actividades de organización y propaganda están por todas partes. Esta semana sectores populares de la oposición y cercanos al oficialismo han reaccionado de forma espontánea y ardorosamente ante una bestial arremetida de la represión oficialista contra el grupo de resistencia encabezado por Oscar Pérez y sus compañeros. No se trata de un apoyo a ese grupo que en esencia no representaba un peligro armado contra el régimen ni mucho menos, sino de la grosera y descarada aplicación de la pena de muerte en Venezuela.


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