Cada día el gobierno (¿o desgobierno?) de Nicolás Maduro se empeña en una batalla contra la actividad privada, sea esta de altas o medianas inversiones o, como es el caso de los mercados populares, de proporciones más que modestas en relación con lo que en cualquier país se entiende como un sector de altísima prioridad porque se ocupa de producir y mercadear los alimentos que necesita la población.

El madurismo insiste en su propaganda, al estilo cubano, sobre la “guerra económica” en la que hasta ahora los sectores más pobres y la clase media en general ponen los muertos y los oficialistas se vuelven ricos y comen opíparamente. Como primer ejemplo basta con ver al reelecto dueño de la revolución y a su número dos tan rozagantes, satisfechos y algo rollizos, todo hay que decirlo sin ánimo de ofender a nadie.

Ello indica que la comida que le hace falta a los sectores populares y a la clase media sí llega, con militar puntualidad, a Miraflores y a la sede de la inefable asamblea nacional constituyente. Ya en su momento, el finado Hugo Chávez tuvo la genial idea del Plan Bolívar 2000, y el general a cargo del negocio fue posteriormente alejado de Miraflores, retirado de la jefatura del Ejército y señalado como presunto autor de manejos poco acordes con su rango y confianza.

Para colmo, los gringos le descubrieron ciertos depósitos en un paraíso fiscal que no se correspondían con una herencia familiar ni mucho menos con el narcotráfico. Así de simple. Pero a pesar de esa primera alarma siguieron los negocios con la compra de comida y su comercialización en espacios custodiados por integrantes de la FAN. Desde luego, el dinero lo corrompe todo y a pesar de los estrictos (supuestos) controles, los oficiales se las inventaban para rebuscar, en ese desorden administrativo que imperaba, algo para la casa y el bolsillo.

Lo sorprendente era que el difunto decía no tolerar estas conductas y que al enterarse los apartaba de su círculo íntimo, pero de alguna manera imperaba con su venia o ceguera (vaya usted a saber) un libre mercado auspiciado desde el mismo centro del poder. El quítate tú para ponerme yo entraba en acción, incluso entre los compañeros de promoción.

Y esa conducta sigue imperando como la corrupción en la FIFA, en la que el fútbol, pasión de tantos y en especial de los niños (¿y niñas?) servía para que los directivos hicieran todos los negocios del mundo. Si alguien lo duda, pues que vaya y le pregunte al viejito Lula, que aprovechó la afición de los brasileños por este deporte para comprar el Mundial para Brasil como sede, y al amparo de ese espejismo le adjudicó las obras (y sus jugosas comisiones) a los financistas de sus campañas electorales. Un gol olímpico para sus bolsillos y su Partido de los Trabajadores.

Ayer el fiscal general de la nación (parece que aquí todo el mundo es general, por las buenas o por las malas), el señor Tarek Saab, anunció, según la agencia Efe, la detención “de 16 empresarios agrícolas por supuestamente estar incursos en delitos como boicot y contrabando de alimentos, que escasean en el país petrolero”. En verdad, lo de país petrolero es un decir porque todo el mundo sabe, y especial la OPEP, que petróleo no hay. Ni alimentos ni medicinas.


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