Resulta menos que imposible ganar un partido de fútbol si el árbitro deja ver las costuras y el público percibe quién tiene el triunfo asegurado. Ocurre con dolorosa frecuencia al punto de que distinguidos dirigentes de la poderosa FIFA hoy deben acudir a los tribunales internacionales a esperar que el juez exponga, en su sentencia final, las innumerables tracalerías que durante años fueron cometiendo en comandita con connotadas figuras ligadas al deporte.

Pero les llegó su hora, fueron atrapados y allí comenzó una serie de delaciones que permitieron al mundo conocer los trajines propios de los bajos fondos, de la existencia de una mafia internacional que irrespetó la pureza del deporte y acabó con el encanto de millones de niños y jóvenes que veían en sus ídolos un modelo de comportamiento.

No se crea que estamos hablando de Venezuela y de sus elecciones presidenciales, aunque el parecido llama mucho la atención porque en el fondo se emplean los mismos trucos. Siempre es malo que en una competencia la gente tenga “la impresión” de que el ganador está designado de antemano y que detrás de una campaña electoral siempre estén las viejas alimañas de siempre, los tracaleros y mafiosos de toda la vida. Y peor aún, que el árbitro juegue a favor de un candidato.

Esa puesta en escena ya la conocemos y tanto los periodistas y los medios donde ellos trabajan no pueden darse el lujo de tomar partido por nadie. Su deber es mantener una línea crítica pero no parcializada, en la que los contendores (si es que existen) tengan sus minutos y centímetros garantizados.

Desde luego (y quien esto escribe ha padecido bastantes campañas y presiones de cualquier tipo) todo este enfurecimiento electoral se descarga con saña sobre “la línea editorial” del medio en cuestión, pero nadie quiere asumir que los comandos electorales son los que siempre presionan y luego acusan sin pruebas si el medio no cede a sus pretensiones.

Ocurre que los políticos olvidan que las redacciones de los medios están integradas por profesionales, empleados y obreros que tienen sus propios ideas y preferencias políticas. Si alguien logra ponerlas al servicio de una exclusiva parcialidad política, pues que Dios lo bendiga porque logró un milagro.

Ocurre también que cada trabajador, empleado, periodista o ejecutivo tiene el derecho constitucional de expresar individualmente su posición política sin que ello comprometa el medio donde trabaja. Ojalá el PSUV entendiera esta libertad individual y fuera respetuosa del pensar de cada ciudadano, pero no lo hace.

De allí que apelen a la amenaza y las retaliaciones contra quien exprese su deseo de abstenerse el día de las votaciones. Tal estupidez solo se explica porque desconocen que el acto de abstenerse puede ser y es un acto individual, que se origina en múltiples razones, entre ellas un desencanto personal sobre el efecto del voto.

O una indiferencia civil tan propia de regímenes democráticos, como ocurre en Estados Unidos. Pero donde nunca existe abstención es en Cuba, Corea del Norte o China. ¿Entiende Lucena, “Lady Fraude”?


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