Ya basta con la discusión, marchita y pavosa, sobre si se debe acudir a votar en estas elecciones convocadas por Nicolás Maduro para fingir su reelección presidencial. Nada esperanzador puede surgir de esta cita electoral que lleva en sí misma su propia negación, pues hasta el más lerdo de los seguidores del madurismo sabe que Nicolás no tiene posibilidad de ganar.

De manera que no es posible desarrollar una campaña que desde sus inicios es innecesaria porque, como bien lo ha dicho sin vergüenza alguna un siniestro personaje (digno de actuar en el bar donde liban los monstruos de La guerra de las galaxias), no van a “entregar el poder jamás”. Esa expresión propia de una mente retorcida no le hace daño a la oposición sino a su propio partido, el PSUV.

Basta con exhibirla en cualquier foro político nacional e internacional para mostrar el cinismo político y el afán exterminador hacia los otros partidos que guía la praxis dictatorial de Maduro y los militares que lo acompañan. Llaman a elecciones y simultáneamente niegan de antemano cualquier resultado que les sea desfavorable. Con ello le quitan legitimidad al voto y lo transforman en un asqueroso mamarracho imposible de tragar hasta por los más tontos de sus seguidores, que a la vez aplaudirán la viveza de su jefe Nicolás que “se las sabe todas”.

A eso ha quedado reducida la democracia venezolana que, con sus defectos y sus arbitrariedades, nunca fue tan cínica y retorcida como esta república de imbéciles que hoy ejerce el despotismo más descarado. Y lo hace a conciencia y bajo engaño continuado de su base partidista que, si todavía les queda algo de pudor, no deben sentirse muy bien ni cómodos por este papel de compinches a que están sometidos.

Los venezolanos suelen aguantar los abusos hasta cierto punto, pero, llegado un momento, las compuertas son desbordadas por las aguas impetuosas. Así ha sido a lo largo de nuestra historia y lo seguirá siendo hasta que este país se adecente hasta los huesos y se despoje de tanta oscuridad que le han sembrado por dentro tantos demagogos y héroes mentalmente tullidos envueltos en un uniforme. El tiempo se les agota, pasan los meses y los años pero los venezolanos no dejan atrás la miseria, el abandono social, el hambre y la delincuencia, el robo del tesoro público y su traslado a los grandes bancos del exterior.

La tragedia de los venezolanos no solo se ha hecho un fenómeno mundial, sino que hoy ocupa la agenda de estudios de los economistas más reputados, de los científicos sociales, de los partidos latinoamericanos (o bien “lastimoamericanos”) y de la sorprendente Iglesia Católica. Si algo ha derrotado la ilusión del cristianismo de izquierda, del uso de Dios como argumento revoltoso y revolucionario, es la lucha de la Iglesia Católica venezolana contra el militarismo y la dictadura en Venezuela. Firme, auténtica, con argumentos lúcidos y renovadores.

Basta con leer con atención esta frase del rector de la Universidad Católica Andrés Bello, Francisco José Virtuoso: “El futuro de la oposición venezolana solo debe ser uno: convertirse en gobierno”. Y para despejar dudas agregó: “La estrategia presentada por Henri Falcón favorece en principio el objetivo político del régimen de crear un escenario electoral manipulable”.


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