Con la ponderación y serenidad que le caracteriza, la Iglesia Católica ha dado a conocer su parecer sobre las elecciones presidenciales pautadas para el próximo 20 de mayo. En el comunicado entregado a la prensa, los obispos venezolanos reiteran sus críticas sobre la manera en que se conduce el proceso electoral y advierten, por lo demás, que lo más sensato y conveniente para el país sería una postergación de los comicios para el último trimestre del año.

No escapa a su reflexión el hecho cierto de que Venezuela padece la crisis más severa de toda su historia y que, en esas condiciones tan viles, llamar a la reelección del actual mandatario constituye no solo una provocación innecesaria sino una demostración de cinismo político que raya en la burla y el desprecio. Hoy no se puede justificar ese abrir las puertas a una puesta en escena electoral que en nada va a resolver la urgente situación de abandono y miseria, de hambre y desolación, hacia la cual nos ha conducido una camarilla civil y militar inepta y escasa de escrúpulos.

Cuando la Iglesia Católica pide la postergación de las elecciones para el último trimestre del año demuestra que estos comicios no constituyen una necesidad urgente, como si lo es la gravísima y desgarradora situación de millones de niños sin atención médica, sin alimentos ni medicinas, al igual que centenares de miles de ciudadanos atenazados por una furiosa hiperinflación que destroza sus salarios y los hunde en un mar de hambre.

La Iglesia Católica sabe, al igual que la gran mayoría de los venezolanos que aún permanecen, a duras penas, en el país, que la candidatura del señor Maduro cierra casi definitivamente cualquier opción de futuro y borra la mínima esperanza de salir de este pantano de odio y destrucción provocado por el fulano socialismo del siglo XXI. El hecho de que sea el autor de la peor catástrofe social, económica y moral que hayamos padecido desde nuestro nacimiento como república independiente, el que se atreva a postularse como el salvador de la patria solo nos indica que este gobierno ha perdido cualquier ápice de racionalidad.

Las lamentables condiciones por las que atraviesa nuestra economía, la destrucción sistemática de las industrias básicas o de Petróleos de Venezuela, la tan admirada Pdvsa de antaño, la entrega de nuestras riquezas minerales a transnacionales depredadoras de la tierra, de la selva, de los bosques y de los ríos, inhabilita al candidato del oficialismo a la hora de ofrecerse como una salida a la espantosa crisis que atraviesa Venezuela.

Pero como si eso no fuera poco habría que agregarle la destrucción sistemática de nuestra moneda, el bolívar, una moneda enferma, raquítica e incapaz de salvarse a sí misma. Por ese mismo camino va la estatura histórica de Simón Bolívar, un héroe indudable y un modelo para los jóvenes, pero que hoy está siendo utilizado para el peor de los fines, como lo es el saqueo de un país, otrora rico y envidiado en este continente y el resto del mundo.

Ayer Nicolás Maduro volvió a afirmar que “llueva, truene o relampaguee” los comicios se celebrarán en la fecha prevista. Pero lo mismo dijo de su viaje a Perú y se quedó con los crespos hechos, aunque no hubo ni truenos ni relámpagos.


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