La cúpula civil y militar que hoy domina Venezuela está asustada. Ayer ante el empuje, el coraje y la valentía del pueblo venezolano, que no se detuvo ante las fuerzas policiales ni de la Guardia Nacional, se escuchó la voz del capitán Cabello advirtiendo que “ni con sangre nos sacarán del gobierno”. Claro que no será la de él que, como es sabido, a los primeros tiros se disfraza y se monta en una ambulancia y sale hacia su escondite a la espera del desarrollo de los acontecimientos. 

 Al menos eso es lo que cuentan sus compañeros de armas cuando los sucesos del 11 de Abril, momentos en que todo el mundo se escondió y solamente el general Raúl Baduel, en  mala hora, se plantó y dio la cara por todos ellos que, como bien pagan los cobardes, luego procedieron a meterlo preso.     

De manera que eso de que va a correr la sangre no es más que llover sobre mojado porque el 4 de Febrero, cuando el excelso comandante Chávez tomó el Museo Militar para establecer allí su puesto de mando al estilo de Patton en la Segunda Guerra Mundial, lo que alcanzó a ver fue la derrota de sus fuerzas mal dirigidas y peor entrenadas, al punto de que no le quedó otra que rendirse. 

En este momento existe un pueblo que protesta contra un gobierno fallido, inepto y corrupto como jamás había existido en Venezuela. Decir que esas protestas son un golpe de Estado solo deja al descubierto la inmensa ignorancia política y militar de quien la pronuncia, un hombre que en ningún momento Hugo Chávez pensó en serio para que lo sucediera y optó finalmente por el menos agraciado e inteligente de sus seguidores, el señor Maduro. 

Que haya sido dejado de lado por el astuto Chávez y siendo como era su sombra (o el cargador de su maletín) en la primera campaña electoral de la revolución, no deja de ser extraño que nadie lo asome como candidato a la presidencia y que prefieran perder con la reelección de Maduro.

El derramador de sangre sabe que sus mejores horas han pasado y que si se da una transición pacífica y un entendimiento (que no es descartable) para restablecer la democracia en Venezuela, él no estará en las quinielas como quizás otros chavistas menos vulgares y amenazantes. No puede quedarse en Venezuela porque ha cultivado muchos enemigos y tampoco marcharse al exterior porque hay pocos países que quieran recibirlo. Se encuentra en el mismo dilema de Tareck el Aissami, señalado de presuntos vínculos con el terrorismo islamista, y por ello pieza de caza mayor de los servicios antiterroristas de muchos países del mundo.

De esta manera se despeja la incógnita del mentiroso “baño de sangre” que desea el capitán y que no ocurrirá por muchas razones, la primera de ellas es que a cualquier oficial de la FANB que dispare contra el pueblo desarmado le esperan largos juicios nacionales e internacionales y duras condenas de prisión, y de humillación para sus familias. Si el Capitán quiere salvarse que lo haga sin involucrar a otros miembros honorables de la FANB, que asuma solito su barranco.

Lo que los venezolanos esperan es paz, democracia y justicia. Sin venganza, sin atropellos a nadie por su condición política, sin persecución, pero con juicios imparciales para quienes hayan cometido delitos mayores.   


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