Desde que Jorge Rodríguez se metió en el Consejo Nacional Electoral y trajo consigo el espejismo de las máquinas de votación, no hay forma ni manera de que las elecciones sean un acto normal y corriente como ocurre en los países ciertamente civilizados. En Venezuela, a estas alturas, no sabemos la fecha exacta de la máxima jornada electoral en la que vamos a escoger a nuestro próximo presidente de la República.

Por mal camino vamos cuando ni siquiera el partido de gobierno sabe (y si lo sabe no lo dice) cuándo será tan importante cita y quiénes van a competir contra el inevitable ganador, porque si algo está claro es que nadie convoca apresuradamente unas elecciones si no las tiene bien amarradas. Nicolás se puede equivocar (de hecho sus equivocadas son famosas), pero el equipo que tiene a su alrededor no está integrado por gafos sino por los reyes del fraude y dueños de una fábrica de votos fantasmas que en estas presidenciales ocasiones funciona a todo vapor.

Lo cierto es que convocar a unas elecciones calculando la fecha al ojo, como quien no quiere la cosa, es demasiado raro. Si le preguntan a la presidente de la unipartidista asamblea constituyente inventada por Miraflores, solo responderá: “Puede que sea a mediados o a finales de abril… Sí, por esos días, o más adelante, todo depende”. A lo mejor tiran una moneda al aire, un dólar perforado al estilo del cine sobre el salvaje oeste, en el que los únicos buenos eran los caballos. 

Y aunque nos pueda sonar extraña y perturbadora esta ligereza frente a un hecho fundamental de la democracia como lo es el cargo de presidente de la República, no debería en modo alguno sobresaltarnos pues hasta la máxima autoridad electoral, la eximia señora Tibisay Lucena, se encuentra desaparecida del escenario público sin que hasta los momentos nadie se haya tomado la molestia de informar a los venezolanos, que la aprecian tanto, si está de vacaciones (largas por cierto), si está de reposo médico o convaleciente de alguna intervención quirúrgica.

Lo único que sabemos los ciudadanos es que el puesto militar con su correspondiente carpa, vehículos de la Guardia Nacional y los inevitables soldados con caras de fastidiados ya fueron retirados semanas atrás, sin dar mayores explicaciones a los vecinos que, por lo menos, se sentían un poco más seguros, aunque el ambiente era ciertamente irrespirable según dicen. ¿Para qué la señora Tibisay gastó ese dineral en dólares para comprar una casa que luego abandona a su suerte, como si nada? ¿No podía donarla a la Misión Vivienda?

Estas elecciones presidenciales que tanto han mortificado y dividido a la oposición hoy están a la espera de un acuerdo en República Dominicana (si es que se firma, pues “falta el velo para ir a misa” como decían nuestras abuelas). Sin candidatos, sin fecha para las votaciones, sin tarjetón, sin nuevo CNE y con una señora Tibisay vagando en las tinieblas sin decir esta boca es mía: a cualquiera se le enfrían las ganas. Menos a Nicolás que ya compró todos los números de la rifa presidencial.

Tiempo atrás apareció en este espacio (no Tibisay sino un editorial) titulado “La aventura de votar”. Hoy vivimos en vivo y directo esa aventura.


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