Ya ha pasado una semana del anuncio del usurpador sobre cambio de gabinete. Un anuncio capaz de provocar la atención de la ciudadanía, porque esas mudanzas radicales siempre crean expectación y por la crisis que atraviesa la sociedad, provocada por los colaboradores de quien  ofrece caída y mesa limpia en sus cercanías.

Un cambio de gabinete  es cosa seria, especialmente si se trata de una mudanza radical. El usurpador solicitó  la renuncia de todos sus ministros para ofrecer una cara nueva del régimen cuando el país pasa  por una de las catástrofes más profundas de su historia. Por lo tanto, suena como música sensata la advertencia de renovación. No solo porque demuestra que algún tipo de conciencia tiene el que lleva la batuta, descontento con el tanto desafinar de sus ejecutantes, y porque señala que seguramente pensó mucho sobre la necesidad del aseo de la sala principal de la casa para hacerla más adecuada para el trabajo que se debe hacer en su seno.

Pero no ha pasado nada. Nadie se ha movido de su silla. Las mismas caras entran en fila en el salón de sesiones, como si no se sintieran concernidos por la perentoria solicitud de quien en teoría quita y pone en Miraflores. Después de una arenga pública, los oídos de los llamados a recoger sus corotos no dan señales de movimiento en ese sentido. Después de que se hacen quinielas sobre los nombres de los sustitutos, no se mueve la rueda de la lotería ni se cantan los números ganadores.

¿Por qué? Sobran las suposiciones. Una puede ser la de que pasan por alto la orden superior porque están muy acostumbrados a su rol y no quieren incomodidades. Conducta muy humana que llama a la comprensión, porque a nadie le gusta dar saltos de mata por voluntad ajena. Pero, si es así, queda muy mal el conductor del camión de la mudanza.  Se hacen los desentendidos ante el señor que les toca la corneta para que no les coja la tarde y para que dejen espacio para pasajeros nuevos. Lo dejan muy mal  ante propios y extraños, casi como el hazmerreír de la estación.

Pero también podemos estar ante una situación distinta. Todos están de acuerdo en marcharse, ya han desocupado las gavetas y se han despedido de los rincones de Misia Jacinta y de los afectos de la primera combatiente, pero todavía no llegan los reemplazos. No pueden cometer la ligereza de marcharse sin dejar a los nuevos titulares en posesión cabal de los nuevos destinos. Tienen que esperar, inspirados por la disciplina propia de los militantes  esforzados y serios. Solo que la tal espera también conduce a a las suposiciones.

La más benévola sería aquella que nos indica que el usurpador está pensando con calma la lista de los nuevos, a pesar de la urgencia del cambio de aires; pero también puede suceder que tiene dificultades para llenar las vacantes. ¿Habrá topado con negativa s contundentes,  o con vacilaciones inesperadas para él? ¿Será que el “no, gracias, estoy comprometido”  ha repicado en los oídos del jefe supremo?  Lo más habitual es que nadie resista la solicitud de batir el cobre en  Miraflores, de tener la sartén por el mango en el centro del poder, de estar en la cúpula propiamente dicha, pero los tiempos de la supremacía política no están para repetir hábitos sino para estrenar otros,  distintos o más discretos. Estas y otras especulaciones rondan el ambiente, y conducen a la pregunta que da título a lo que escribimos: ¿Gabinete pa’ cuándo?


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