Tres voceros del oficialismo han alzado su voz para reclamar cambios urgentes en la conducción del gobierno.  Se trata de figuras que han participado en la cúpula y a quienes se puede atribuir responsabilidad en la toma de decisiones en las últimas décadas. Hasta ahora habían mostrado apoyo invariable a las orientaciones del “bolivarianismo”, desde la época del comandante Chávez, pero ahora manifiestan reparos sobre los cuales conviene detenerse.

José Vicente Rangel, estrella de las alturas y figura relevante en palacio y en sus adyacencias, dijo en televisión que la situación del pueblo era excesivamente preocupante, y que, en consecuencia, se requería un cambio en las políticas que han conducido a una situación de postración generalizada. No dejó sus observaciones para una conversación privada, las soltó ante las cámaras. Debe mirar con alarma el declive de la sociedad y lo mal que la pasamos todos bajo la dirección de Maduro para lanzarse con una confesión tan paladina.

Isaías Rodríguez, hombre público adherido al régimen desde sus comienzos y protagonista de situaciones estelares del chavismo, pontificó ante los periodistas sobre el rumbo tomado por la asamblea nacional constituyente y terminó proponiendo la necesidad de convertirla en un organismo realmente relacionado con los negocios públicos que más incumben a la ciudadanía. Si bien no se atrevió a comentar el origen espurio del cuerpo cuya conducta le parece ahora insuficiente y digna de reparos, desembuchó unos dardos que no deben pasar inadvertidos.

Julio Escalona, diputado en la tal constituyente, subió a la tribuna para exigir un cambio en la conducta de sus colegas y en la atención de los asuntos que más preocupan a la ciudadanía. Aseguró que la gente le reclamaba en la calle la terrible situación que experimenta sin remedio debido al mal gobierno. Si no ha sido responsable de las decisiones del alto mando, Escalona las ha acompañado hasta ahora sin chistar. Oír sus dudas sobre el organismo del que forma parte no deja de ser interesante, especialmente por el hecho de que fue interrumpido por el aplauso de sus colegas diputados. Interesante esa ovación, cuando se mienta la soga en la casa del ahorcado.

Quizá no se pueda hablar todavía de la existencia de una fronda que ponga a temblar a la dictadura, de la multiplicación de una revuelta palaciega de la cual podamos esperar novedades prometedoras en el futuro cercano, pero una corriente ha salido del subterráneo para ventilar sus censuras en la superficie, sin ocultamiento. Tres golondrinas no hacen verano, pero es evidente que la unanimidad que el oficialismo manifestaba en público ha dejado de existir. Quizá otras aves tengan deseos de levantar el vuelo, especialmente cuando los anuncios de una enrarecida atmósfera los invitan. Los dislates mayúsculos, las omisiones indiscutibles, la indiferencia de la dictadura ahora se censuran por algunos de sus voceros que antes guardaban religioso silencio. ¿Serán solo la vanguardia de un coro que está a punto de estrenarse?


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