Cuando la fiscal en ejercicio, Luisa Ortega Díaz, toma la determinación de distanciarse del régimen madurista y de su camarilla narcomilitar debido a las tropelías que han cometido recientemente, se genera un conjunto abrumador de desconfianzas debido a las cuales se ensombrece una conducta que solo debía provocar apoyos y entusiasmos. ¿Por qué la doctora Ortega Díaz hace lo que viene haciendo ahora, si no lo llevó a cabo en el pasado desde su alto cargo? Tal vez esta sea la pregunta que circula con mayor insistencia, tras el afán de dudar sobre las intenciones de quien reclama ahora a la dictadura madurista el respeto de la legalidad.

La respuesta es sencilla: porque el calendario para la ejecución de las acciones de cada cual es un asunto esencialmente personal sobre el cual no pueden circular irresponsablemente las opiniones ajenas. El ejercicio de la llamada “virtud republicana” no depende de un programa previamente establecido por la opinión ajena, sino solo de la oportunidad en la cual quiere ejercerla un ciudadano del cual depende el rumbo de los asuntos públicos. Así de sencillo. La fiscal Luisa Ortega Díaz actuó cuando lo consideró oportuno, conducta sobre la cual, vista en estos términos, no cabe la posibilidad de ningún reproche.

También se pregunta con insistencia por las razones que la llevaron a enfrentarse con la dictadura madurista, como si no fueran abultadas y de general conocimiento las causas de la pugna. De la recurrencia de la pregunta, cada vez más presente en medios como el Twitter y el Faceboock, se desprende la sensación de que algo turbio le insufló movimiento, de que no ha sido la transparencia la gasolina que ahora le encendió el motor. Estamos frente a una cavilación inhumana, ante un reproche sin fundamento, debido a que, sin necesidad de expurgar las supuestas vergüenzas ni las imaginadas oscuridades que se atribuyen a su posición, lo único que salta a la vista –algo que no se puede legítimamente poner en tela de juicio– es el coraje republicano de que hace gala la fiscal ante una sociedad sumida en el pantano de una dictadura atroz.

Hasta se ha llegado a suponer, dentro del conjunto de los reproches,  que no actúa sola, que cuenta con apoyos insólitos gracias a cuyo auxilio ha llegado a  atrevimientos de envergadura. La alternativa de que no esté íngrima en su cruzada debería funcionar como base de fundadas esperanzas, como aliciente del entusiasmo colectivo, pero se la juzga como una especie de pecado original. Difícilmente se puede llegar a una mayor escala de incomprensión, a un tamaño más grande de disparate cuando se considera el trabajo de un alto funcionario que modifica de grado su camino para atender asuntos primordiales para los intereses colectivos en un tiempo de crisis extrema.

Que, en lugar de ponderar con ecuanimidad y prudencia la gesta que hoy protagoniza la fiscal Luisa Ortega Díaz, la gente se solace en buscar la quinta pata de su gato, solo sugiere que nos costará mucho salir del atolladero.


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