Una de las dos FANB, a las que me refiero en este artículo, está constituida por la mayoría de sus miembros. Están distribuidos por todas las regiones del país. Son un colectivo en el que predomina la diversidad: provienen de distintas regiones, están distribuidos en los cuatro componentes, han alcanzado distintos grados en la carrera militar. ¿Tienen algo en común esos venezolanos que son parte del Ejército, la Armada, la Aviación o la Guardia Nacional? Sí: predomina en decenas de miles la decepción, el hartazgo y el cansancio. Todo ello mezclado con una sensación de la que nadie escapa, de engaño continuado, de afirmaciones huecas, de un constante repetir eslóganes y frases patrioteras. Porque el palabrerío de la revolución cívico-militar no mitiga nunca la acción corrosiva del hambre.

Comer: de esto trata el principal y reiterado pensamiento de la mayoría de los soldados esparcidos en decenas de cuarteles. No solo piensan en sus propios tubos digestivos, sino también en el de sus madres, sus parejas, sus hijos, sus familias. No son distintos al resto de la sociedad venezolana. En su silencio, en las obligaciones que les impone el precepto de la obediencia, el hambre no abandona ni sus cuerpos ni sus mentes. La pregunta de cada minuto es cuándo será y de qué estará hecha la próxima comida. Pierden peso como pierden peso sus seres más entrañables. Basta con ver las imágenes de los soldados, especialmente de los que están asignados a cuarteles en el interior del territorio: hay una falta de correspondencia entre los cuerpos magros y los uniformes excesivos.

Como es inevitable, muchos se enferman: van a la enfermería o al servicio médico y no hay ni un antigripal, ni un antipirético ni mucho menos un antibiótico. El más repetido tratamiento que se les ordena es el de esperar a que el padecimiento pase. No más. Cuando salen de permiso, salen a la calle a buscar qué comer y qué comida conseguir para llevar a sus familias. Las investigaciones en curso sobre las trochas y rutas paralelas de las bolsas o cajas CLAP son reveladoras. A los soldados se les ordena custodiar o trasladar alimentos a garajes, depósitos encubiertos e, incluso, en operaciones abiertas y descaradas, a los domicilios de los capitostes de la farsa cívico-militar. Insisto: la devastación del país no les es ajena. Ha penetrado en sus hogares. El dolor y los padecimientos, que son el núcleo de la existencia venezolana, están en sus mentes. Los soldados venezolanos saben, ven, escuchan, son testigos de la vida de la otra FANB, la FANB del engorde.

La FANB del engorde es la promotora del gran parapeto de la revolución cívico-militar: repiten consignas absurdas y desfasadas (Padrino López es el rey indiscutible de los lugares comunes y las frases ridículas); celebran efemérides de valor igual a cero; se dedican al propagandismo a favor de la dictadura, con cada día menos adeptos. Llegan a este extremo: cantan loas a delincuentes y a los peores asesinos de masas del siglo XX.

Pero, en lo fundamental, esa FANB, la minoritaria, se dedica al engorde. ¿Qué engordan? Engordan sus expedientes de represión, tortura y violación de los derechos humanos; expedientes que la vinculan directamente con las estructuras dedicadas a la narcoguerrilla del ELN y las FARC, y con las bandas armadas que operan en los dos márgenes de la frontera entre Colombia y Venezuela. La FANB del engorde es la que, por ejemplo, secuestró a un niño para obligar a su padre a entregarse a sus garrotes. O la que promueve que la DGCIM actúe con ferocidad desproporcionada en contra de ciudadanos indefensos y desarmados. O la que no titubea para golpear y gasear a los ancianos que protestan por la inutilidad y retraso de sus míseras pensiones. A la FANB del engorde pertenecen los oficiales dedicados a los contratos gubernamentales, a los beneficios de Cadivi, a las compras sin licitación, a la adquisición de medicamentos y alimentos fuera de Venezuela, a precios que oscilan entre el doble o el triple de su valor en otros mercados.

La FANB del engorde, la FANB dolarizada, la FANB del contrabando de minerales, la FANB de los funcionarios más ineficientes, penetrada hasta los tuétanos por sus intercambios con cubanos, rusos, chinos y ahora turcos, la que imposta la voz e infla los mofletes para hablar de revolución cívico-militar, vive para sí misma, ajena a los sufrimientos de la FANB del hambre y de la mengua cotidiana que asola a las familias venezolanas. No le importa. No puede importarle: entienden que el territorio venezolano es una realidad para ser expoliada y usufructuada. Y mientras intercambian frases presuntuosas y arengas inútiles, no escuchan: no escuchan al país que dice basta, no escuchan a la FABN del hambre que dice ni un minuto más.


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