Hay, además de las naturales diferencias derivadas de la lejanías geográficas, la composición étnica y sus singularidades históricas, notables afinidades entre Zimbabue y Venezuela que debemos considerar, dado los acontecimientos en pleno desarrollo, como diría el cíclope del canal 8, que apuntan a un cambio de manos en la conducción del país africano.

Cual la nuestra, Zimbabue ha sido una nación víctima del populismo y sus concomitantes lacras: corrupción, nepotismo, incompetencia administrativa, elecciones amañadas para legitimar la satrapía y evitar la alternancia y, por supuesto, un exacerbado culto a la personalidad. En fin, un enfermizo cuadro de debilidades institucionales que, al igual que nuestra Tierra de Gracia, responde al perfil de países en la mira de los neocolonialismos emergentes (ruso, chino, surafricano, indio… ¡y brasileño!) que libran con Estados Unidos, Japón y la Unión Europea una nueva guerra fría de naturaleza mercantil.

Robert Mugabe, hasta ayer no más y a los 93 años, el hombre fuerte de lo que hasta 1979 fue Rodesia del Sur y es, desde 1984, una república socialista de partido único, Unión Nacional Africana de Zimbabue-Frente Patriótico (ZANU-PF), estaba preparando su sucesión para dejar el poder a su ex secretaria y actual esposa, Grace Mugabe, dama de refinados y costosos gustos que no parece caerle muy bien a las fuerzas armadas que, aunque lo niegan, han perpetrado un golpe y arrestado a la pareja presidencial para impedir su ascenso, o el del  ex vicepresidente Emmerson Mnangagwa, apodado “Cocodrilo”, quien fue destituido por brujo y conspirador.

Esa situación hizo que el general Constantino Chiwenga, comandante general de las fuerzas de defensa y acusado de “alta traición” por voceros del ZANU, tomara las calles de la capital, Harare, con sus tropas y tanques para resguardar no se sabe qué. Un auténtico berenjenal que, si a ver vamos, no se diferencia del titingó que está por armarse en el PSUV cuando tongo madurongo le dé a cabellongo, cabellongo le dé a burudanga Gabrielanga, etcétera, etcétera.

Zimbabue no ha conocido en su vida republicana, salvo el fugaz mandato del obispo Abel Muzorewa, otro jefe que no sea Mugabe, un hombre que puede darse el lujo de pasearse con dos réplicas de la espada del Libertador al cinto (una se la obsequió el eterno y la otra, para no quedarse atrás, su apéndice) y que, a diferencia de Chávez, que pretendía ser un retoño de Simón Antonio engendrado por tres retorcidas raíces, es padre fundador de una patria que es espejo en el que deben mirarse quienes aquí, deliberada o inconscientemente, la tienen por modelo.

Lo hacen en lo económico y ya transitamos el sendero de la hiperinflación. En lo político tampoco es descartable que aquí, como allá, se forme una de padre y señor nuestro. De momento, las autoridades que gestionan la economía nacional podrían emular a Mugabe, que sacó de circulación la moneda y dejó a discreción de ofertantes y demandantes el cobro y pago de las transacciones en dólares americanos, libras, rands, rupias indias y quién sabe si chapitas de refresco. Cualquier cosa menos dinero inorgánico. Como el bolívar.


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