Sabemos de los problemas que confronta España, y de cómo las cosas se han complicado porque el gobierno socialista se maneja con una minoría parlamentaria y por el fanatismo ciego de la causa independentista de Cataluña. El estruendoso fracaso del PSOE en las elecciones andaluzas aumenta la precariedad de la situación, pero nadie avizora el apocalipsis.

¿Por qué? Debido a que casi todas las principales fuerzas políticas no están cerradas al diálogo. Las sorpresas que ha deparado la elección andaluza han obligado a un mayor empeño en las conversaciones de los dirigentes de los partidos, pese a que ha surgido una fuerza de extrema derecha con presencia en el Parlamento regional que amenaza con un crecimiento capaz de conducir a retos inesperados. Pero en democracia no se debe cerrar el camino a ninguna fuerza política si respeta las leyes del juego. 

Cada partido sigue con sus planes como corresponde en una democracia madura, pero no duda en ponerse en contacto con sus rivales para que la mengua del establecimiento no pase a mayores. Hasta el partido Podemos, que adoraba y defendía a Nicolás Maduro y su camarilla, declaró, por medio de Pablo Iglesias, que el gobierno bolivariano era nefasto. 

España ha sido un milagro de estabilidad desde la desaparición del franquismo, un proceso que la sociedad civil ha acompañado sin vacilación. El esfuerzo en la búsqueda de consensos ocurrido después de la desaparición de la dictadura se ha mantenido, las puertas han permanecido abiertas para los tratos de interés en situaciones de riesgo, para que la democracia dejara de ser un experimento para convertirse en realidad maciza.

Los riesgos más grandes, nacidos del interés de los nacionalismos periféricos y de las violentas aventuras de ETA, se han sofocado después de incesantes empeños que hoy se dan el lujo de mostrar metas inequívocas de convivencia civilizada.

Lo mismo ha ocurrido ante casos escandalosos de corrupción que han puesto en el banquillo a importantes figuras del PP y del PSOE, frente a los cuales los partidos que pueden salir perjudicados se han conformado con dejar que la justicia siga su curso. La independencia del Poder Judicial, respetada por todas las banderías y fruto de los acuerdos entre ellas, se muestra como una evidencia indiscutible de cómo se ha construido un Estado de Derecho llamado a perdurar.

Son numerosos los factores que han conducido a esta esperanzadora situación que vive España, pero es evidente que el diálogo de las fuerzas políticas ha sido su columna de acero. Aun en las situaciones de mayor confrontación, los partidos se han sentado en una mesa a encontrar desenlace.

Los líderes se pueden insultar en los mítines y pedir el respaldo de la ciudadanía a través de voces altisonantes que no han dejado de manejar las armas del dicterio, pero no pasan el límite que les aconseja el respeto del rival y la salud del sistema.

Que una sociedad tan dividida en el pasado, hasta el extremo de participar en una guerra civil, exhiba extraordinaria mesura en el entendimiento de la realidad y en el remiendo de los capotes, es una lección que no debe pasar inadvertida. Su espejo es reconfortante, especialmente para quienes se niegan a llenar, entre todos, el rompecabezas de su existencia.


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