Un genio de Miraflores tuvo la idea de importar un periodista para mayor gloria del usurpador. Pensó en una celebridad, para que el jefe ostentara sus luces a escala internacional. Buscó a un entrevistador que acababa de tener una escena con Trump, quien lo había echado de la Casa Blanca por la intemperancia de sus intervenciones. ¿Quién mejor para que el mundo se deleitara en las cualidades del patrón, para que se divulgaran a los cuatro vientos las virtudes de una “revolución” acosada por el imperio y por las fuerzas negras de la reacción? Terrible cálculo, si lo fraguó el genio así, o tenebrosa conjura si vemos el rumbo tomado por la visita del periodista.

No calculó el promotor del encuentro que traía a Jorge Ramos, un profesional mexicano comprometido con su oficio y con el respeto de sus destinatarios. O tal vez pensó correctamente y después le sacó jugo a la invitación, debido al camino que tomaron la visita y la entrevista. Un camino fácil de calcular, dadas las credenciales de Ramos, quien no iba a permitir que coartaran las libertades de su oficio porque les interesaba al mandón de turno y a quien tuvo la genial idea de traerlo del extranjero. O quizá la idea del invitador fue la contraria, es decir, que quedara pésimamente parado el entrevistado, porque de otra manera no se pueden entender los vericuetos que hicieron del conocimiento público una sesión suspendida de mala manera por el regio entrevistado.

Como se sabe, Ramos no hizo una entrevista complaciente, sino todo contrario. Ante preguntas sobre persecución política, pero especialmente cuando mostró pruebas de la hambruna que padece la población, el usurpador se levantó indignado después de acusar a quien averiguaba la verdad de ser una ficha del juego de las derechas. Lo amenazó con represalias, por supuesto, ordenó la confiscación de los equipos usados en el programa y lo retuvo con su equipo de apoyo por breve lapso. Algo tuvo que ver el invitador en el episodio, por cierto, pues le sopló confidencias al jefe frente a las cámaras antes de que él se levantara indignado y abandonara la “escena del crimen”.

Pero el crimen ha circulado ahora sin impedimento. Todos hemos visto la entrevista porque Ramos la recuperó y el canal de televisión para el cual trabaja, ni corto ni perezoso, la ha trasmitido en horario estelar. Circula como estrella en los medios radioeléctricos, es visita frecuentada en Youtube y comidilla de todas las tertulias, aquí y en el extranjero. La imagen del usurpador soliviantado ante el cuestionario de Ramos ha hecho las delicias de los espectadores; la muestra de un pellejo lacerado porque alguien le canta la verdad sin subterfugios ha sido constatada por millones de espectadores en diversas latitudes. No sorprende que el usurpador haya reaccionado como lo hizo, pues es encarnación de la intolerancia y de las malas maneras, pero se multiplican las preguntas sobre cómo pudo ser posible que el encuentro se divulgara si el régimen había secuestrado sus testimonios originales, las imágenes y los sonidos del desafortunado encuentro, precisamente para que nadie se enterara de la vergonzosa peripecia.

De allí que todos los ojos se posen en el invitador, en el genio de Miraflores que tuvo la idea de invitar a Ramos sin calcular las consecuencias que su trabajo le acarrearía al usurpador. ¿No pensó en las ingratas sorpresas que se atravesarían en camino del entrevistado? ¿No sabía que Ramos, después de provocar las iras de Trump, no sería complaciente con su jefe? ¿No sabe que un buen periodista en tan competente en la Casa Blanca como en Miraflores? Si a estas inquisiciones se agregan las que buscan una explicación sobre cómo llegó la entrevista a quien la trató de hacer para que hoy nos solacemos viéndola, el genio de la lámpara de palacio está en aprietos.


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