La política siempre ha coqueteado con el engaño y la jugarreta artera, pero en Venezuela nunca se había visto un gobierno que se dedicara con tanto ahínco a deformar la realidad, a intoxicar con innumerables mentiras la conciencia de los ciudadanos y, por supuesto, a sacar riquezas y ventajas de esa red sucia y opaca creada con la finalidad de esconder su propia podredumbre humana.

De este gobierno nacido de un golpe militar frustrado (bendito sea Dios y su inmensa sabiduría) no se podía pedir algo tan hermoso como lo es una democracia modernísima y un amplio clima de verdadera libertad. Ya en el mismo momento en que se le tomó juramento al nuevo presidente de la república se notó la prepotencia militar que se planeaba imponer a los ciudadanos.

La carta magna nacida en 1961 fue condenada a muerte sin misericordia alguna, como si aquel acto que se estaba llevando con toda seriedad y protocolo no fuera sino un velatorio de tantos años de lucha contra dictadores y psicópatas que habían entumecido la patria. Fue una patanería porque sin esa Constitución que se despreciaba públicamente no hubiera sido posible el ascenso al poder del nuevo mandatario. Cualquier observador más o menos acucioso hubiese torcido el gesto porque aquella frase (“la Constitución moribunda”) indicaba un desprecio, o más allá, quizás, un odio profundo contra las prácticas civiles.

No era precisamente un gesto de amor a la democracia, a las instituciones y a las libertades ciudadanas. Con el tiempo los peores escenarios fueron naciendo cada día con mayor claridad y meridianos peligros. Si lo que se pretendía en un principio era “limpiar” o mejor dicho “adecentar la democracia corrupta de la cuarta república”, pues ese anuncio no fue más que puro engaño, además de una pérfida hipocresía de golpistas que se movían como lobos disfrazados dentro de un rebaño de ovejas.

Que el primer viaje del presidente electo tuviera como destino la isla de Cuba y que la entrevista con Fidel Castro fuera prioritaria dijo muchísimo sobre el futuro que se había escogido sin anunciárselo con anterioridad a los venezolanos, para quienes Cuba no era precisamente un modelo visto sus repetidos fracasos, su restricción absoluta a la vigencia de las libertades democráticas y su afán por intervenir por la vía armada no solo en Venezuela sino en otros países de este continente.

En la misma medida en que el movimiento bolivariano fue tomando fuerza en el electorado civil impulsado por el uso demagógico y azaroso de los recursos materiales del poder, en esa misma forma se penetró los cuadros militares más influyentes pero sin resultados tan rotundos. Algunos jefes de confianza se enriquecieron con el Plan República 2000, otros sintieron que el camino cubano era equivocado. De allí los estallidos armados que conmovieron a la sociedad.

Hoy vemos con horror que quienes analizaron los escenarios futuros se quedaron cortos en la imaginación de los infiernos que ahora nos apuñalan día a día, que nos chupan la sangre hasta la última gota, que nos expulsan de un país que no ha dejado de ser nuestro desde que Bolívar ganó la batalla de Carabobo. En este circo coexisten psiquiatras, políticos de medio pelo, trepadores burocráticos y, desde luego, enanos.


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