Mientras centenares de médicos y enfermeros volvieron a salir a la calle a manifestar contra los salarios miserables que reciben del gobierno de Nicolás Maduro y que prácticamente los tienen al borde de la ruina, el hambre y la muerte, el señor ministro de la Defensa, general Vladimir Padrino, aprovecha la ocasión para anunciar al desfallecido pueblo de Venezuela su decisión de ascender a 16.900 oficiales en reconocimiento a su “lealtad”.

La gran noticia (porque en verdad lo es y lo demás es cuento) se ha sabido en el resto del mundo gracias a las agencias internacionales de prensa, entre ellas Efe y AFP, las cuales citamos a menudo en estos espacios editoriales. Aparte de que la razón para este reconocimiento en masa que otorga el general Padrino no solo es curiosamente sorprendente sino un poco alejada de lo que se acostumbra en estas fechas heroicas, hay que agregar una interrogante por demás inevitable: ¿No es la lealtad una condición inmanente a la razón de ser del soldado desde el mismo momento en que jura servir a la patria?

Se nota que en el socialismo del siglo XXI el hecho de ser leal a la Constitución y jurar bandera implicaría además otros compromisos políticos y partidistas extraños a lo meramente militar. Que se le premie por ello a los militares con ascensos y otros privilegios llama aún más la atención porque, posiblemente, algo más se les está pidiendo a cambio y no estamos enterados o no quieren que nos enteremos.

Hoy cuando estamos a las puertas de una nueva celebración de la victoria del 5 de Julio, vale la pena recordar que el ejército patriota combatió durante años en medio de grandes dificultades, de una espantosa insuficiencia de recursos, de privaciones sin límites, de reclutamientos forzosos y pagas que en nada compensaban el coraje y la valentía que desplegaban en el combate. Quedan como ejemplo los últimos días de Simón Bolívar que, a pesar de las ricas propiedades heredadas que reclamó con paciencia y suerte flaca, falleció en la ruina y en casa ajena. Nada que ver con los potentados de hoy, héroes de ninguna batalla. 

Venezuela, estimado general Padrino, tiene ante sí grandes y duras batallas que dar para restablecer la salud y la estabilidad de la república, hoy desgraciadamente en manos poco hábiles para construir sueños y futuros que sean posibles para los jóvenes que se baten en retirada y huyen hacia otras tierras. En verdad, estamos cruelmente expulsando del país, el país que les pertenece, a nuestros propios hijos. ¿Existe una maldad más dura y afilada?

Una miseria incesante y voraz desacredita nuestro territorio, humilla a los más necesitados y debilita y hace peligrar la soberanía nacional. Los países vecinos nos hablan en voz alta y con desacostumbrada altivez, las compañías transnacionales se sienten con derecho de obviar los requisitos que exige la Constitución para abrir operaciones ilegales e impúdicas en un territorio que está justamente en reclamación, asientan sus campamentos a la luz pública como si todo estuviera ya decidido y fuera cosa juzgada.

Sí, general Padrino, necesitamos ascensos, pero también algunas victorias porque estamos cansados de tantas derrotas. Hasta la coronilla.


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