La dictadura madurista se ufana del número de elecciones que ha convocado en todos estos años y llega al colmo de presentarlas como ejemplos de civismo. Afirma sin pudor alguno que “ningún gobierno en el mundo ha convocado más al pueblo, para que aquí se viva en el universo más esplendoroso de la democracia participativa y protagónica”. Y sin embargo, nada más falso, nada más patético, nada más alejado de la realidad.

La ciudadanía ha manifestado de nuevo su desprecio por los supuestos festines electorales del chavismo y del madurismo. En las elecciones de concejales sucedió lo mismo que en las que supuestamente bendijeron a Nicolás Maduro como nuevo presidente constitucional: fueron pocos los incautos que se acercaron a las urnas. Lo que debió ser un movimiento abrumador se convirtió en un gran desierto, lo que pudo ser animación se volvió parálisis elocuente y contundente.

No hay dudas sobre el abismo que existe entre los empeños de la dictadura por legitimarse a través de procedimientos democráticos y la conducta de los electores. De momento han escogido el camino de un alejamiento descomunal, es decir, le comunican sin cortapisas a Nicolás Maduro y a sus secuaces que no quieren nada con ellos, pero absolutamente nada de nada. Un abrumador rechazo, una gélida respuesta se enfrentan a un nuevo empeño de mentir, de hacerle creer al mundo que en Venezuela funciona la democracia. Ni siquiera los voceros políticos que llaman de buena fe a votar obtienen contestaciones favorables. Al contrario: también son arrojados al rincón de la suspicacia y hasta del desprecio sin contemplaciones.

Estamos, por lo tanto, frente a una enfática decisión en torno a un procedimiento esencial en los sistemas democráticos. Las mayorías no quieren meterse en las redes “participativas” de la dictadura. Las mayorías han roto sus relaciones con los ardides “protagónicos” inventados por Chávez y continuados por Maduro. Las mayorías desconfían de un CNE escandalosamente parcial. Las mayorías no entienden el papel del Plan República en la celosa custodia de unas farsas. De allí la abstención que caracterizó a la soledad del pasado domingo 9 de diciembre, una soledad que clama al cielo, pero que también debe conducir a reflexiones urgentes.

¿Qué hacer después de este olímpico rechazo? ¿Seguiremos en lo mismo, o buscaremos maneras diversas de resistir y combatir? ¿Quedarse callados en casa se hará costumbre, mientras los espacios públicos no sufren cambios de trascendencia? ¿Debemos frotarnos las manos, porque hicimos lo correcto y punto? ¿No le hacían falta votantes a las alcaldías de oposición que ahora quedan a merced de los rojos-rojitos? ¿No sigue Maduro en sus alturas, como si cual cosa?

Si ya sabemos o creemos saber lo que debemos hacer ante las invitaciones electorales, conviene reflexionar sobre lo que necesitamos para llegar a logros más concretos, a situaciones de mayor impacto contra la permanencia de la dictadura. En adelante debemos detenernos en estos cruciales asuntos, respetados lectores.


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