Siguen pues los cambios en la cúpula madurista y los ciudadanos se preguntan si se trata de una simple repartición de poder o, quizás, un ajuste de cuentas entre las facciones rojas rojitas (una consigna de cuando Ramírez, presidente de Pdvsa y protegido de Chávez, estaba en la gloria) luego del estruendoso fracaso de la campaña que debía apuntalar la reelección del señor Nicolás Maduro con un poquito más de 10 millones de votos del PSUV y de sus aliados.

Esa eterna meta de los 10 millones que tanto ansió Hugo Chávez y que a  causa de los estropicios de sus mediocres comandos de campaña jamás logró alcanzar, ha terminado siendo una pesadilla recurrente entre los ocupantes de Miraflores. Lo humillante es que esos 10 millones “por el buche” anunciados a voz en cuello terminaron siendo objetos de chistes y chascarrillos, incluso entre los propios chavistas.

Sin gritar mucho, el nuevo presidente de la hermana república de Colombia (que para Maduro no es ni tan hermana), el joven Iván Duque, recién electo, sí logró las famosas 10 millones de papeletas a favor a pesar de tener en contra a la narcoguerrilla de las FARC y el ELN, a las bandas criminales que azotan a las zonas rurales del territorio colombiano y a los carteles mexicanos que ahora son los dueños totales del negocio en esta parte de Suramérica y América Central.

El triunfo de Iván Duque, para lástima del madurismo, puso en evidencia que el respaldo popular y electoral de la derecha colombiana sí es serio, real y no inventado desde las radioemisoras y televisoras del oficialismo venezolano. No basta con tener en las pantallas a las figuras “poderosas” del madurismo a cada hora haciendo chistes malos y amenazando a los pocos televidentes que ven esos programas para lograr conciliar el sueño sin acordarse de la hiperinflación, de las fallas del Metro, de los robos y atracos en las busetas, del alza de los pasajes, de las corruptelas de Rafael Ramírez y sus compinches chavistas, de las matanzas en las cárceles y de la destrucción de Pdvsa y su endeudamiento mortal.

Mientras en los canales del oficialismo se escenifica la parodia de una Venezuela feliz y autoabastecida por la producción de alimentos según el plan bolivariano, en la calle la gente del pueblo revisa, con ansiedad y pericia de un cirujano, los intestinos de las bolsas de basura con las esperanzas puestas en conseguir algo que lo ayude a engañar el hambre generada por el mismo gobierno que, en las pantallas de los televisores, repite hasta el cansancio que vivimos en el mar de la felicidad.

El cinismo llega al punto máximo de los sueños del oficialismo cuando se interrumpe la programación, ya de por sí fastidiosa, para anunciar que acaban de nombrar al número dos del madurismo como presidente de ese parapeto que se autodenomina asamblea nacional constituyente. Desde luego, primero han tenido que desalojar a la señora especialista en olvidarse de las puertas y entrar por las ventanas, que en verdad no es poca cosa. Sorpresa hubiera sido que le hubieran ofrecido ser del elenco del Cirque du Soleil.

Pero que el capitán Cabello acepte otra vez ser el número dos es raro, siempre estar de segundón, pasar agachado y sonreír como si hubiera ganado el cielo. ¡Ay Maduro!


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